Parte 25

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11 días en el desierto

Acomodado en una de las cabañas que se mantenían aún erguidas tras el desembarco de las fuerzas del imperio, el capitán del birsmarck, Vlade Von Fritzzmch, un hombre en sus 60, corpulento pero con un aire de nobleza, vestido con su elegante traje de la Marina y una tupida barba blanquecina, miraba su imponente embarcación.

Atracado al muelle de la ciudad, se habían necesitado cerca de 15 amarras para poder fijar la poderosa bestia de acero a la costa y ahora sus pesados cañones reposaban bañados por la torrencial lluvia que caía sobre él.
Más allá, también atracados en las costas desérticas, 3 destructores y 4 fragatas mantenían la misma condición que su contraparte más fuerte.
Acomodados en edificios y casas de campaña, los marinos no esenciales disfrutaban de un periodo de descanso, disfrutando comida que el imperio les proporcionaba, cocinada por las mujeres originarias del pueblo que aprovechaban la oportunidad para ganar algo de dinero que, ciertamente, no podrían conseguir bajo el yugo comunista que los regía hasta el momento.

La música y los aromas deliciosos abundaban en el pueblo, marineros corrían de un local a otro para refugiarse de la lluvia a la vez que buscaban nuevas tabernas y proveedores de licores, pues aquel destino rápidamente se había transformado en un paradisíaco lugar que ciertamente no daba la impresión de estar bajo el fuego de la guerra.

El desierto, llano y árido proporcionaba un peculiar efecto a las batallas distantes, pues el sonido y los destellos lejanos de las explosiones viajaban a través de las arenas hasta poder vislumbrarse en el horizonte, cosa que de cierta forma hipnotizaba a aquellos borrachos y somnolientos, que permanecían horas sumergidos en las visiones lejanas de destellos y explosiones

-debería comer algo también capitán-

La voz infantil y tranquila que llamó al hombre de traje no era otra que de Tanya, quien se encontraba sentada en una mesa de madera con dos asientos, comía plácidamente un plato de filete con patatas mientras bebía un jugo de uva, cortesía de las tropas en el frente.

-mil disculpas mayor, pero con estos días tormentosos... entenderá que no puedo simple abandonar mi nave en el mar furioso-

Sin demasiada prisa, el hombre mayor, hasta ahora estancado mirando por la ventana a su nave, se precipitó hacia su asiento frente a Tanya, su plato contenía un enorme pescado frito acompañado por ensalada de patatas y una botella de vino.
El lugar estaba acomodado para parecer un restaurante, sin embargo todo el sitio estaba solo habitado por personas plenamente esenciales; Tanya, su acompañante, sin contar al joven mesero y a la anciana que cocinaba, además de una presencia que aguardaba a espaldas de la niña, manteniéndose en guardia, pero sin realizar movimiento alguno al punto de casi ser confundido con una estatua

-supe que el avance se ah retenido en el fuerte del Fao mayor...cree que nos cause un problema a futuro?-

Tanya no abandonó su comida para responder, aunque su tono se había vuelto más afilado.

-ciertamente...parece que la primera y segunda división móviles se han estancado en un asedio al fuerte del Fao...sin embargo no han solicitado nuestro apoyo aún, por lo que confiamos en su capacidad para lidiar con este inconveniente-

El capitán acarició su barba de forma reflexiva mientras desviaba su atención del plato frente a él hacia la bella mujer que se mantenía firme tras su pequeña acompañante.

Su overol de mago aéreo cubierto por insignias del 203 de magos revelaba su pertenencia a la unidad de Tanya, sin embargo, su porte y su postura revelaba un origen noble y casi monárquico, su rostro era de una belleza casi artificial, sin mencionar un dote que el viejo lobo de mar apreciaba más que nada en un subordinado, el silencio.

Overlord: La niña y el nigromanteWhere stories live. Discover now