Parte 43

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El aroma matutino del café realmente alegraba el corazón de la pequeña comandante, que con calma se desplazaba por las calles semi destruidas de la ciudad costera.

"Como agradezco haber escondido esas bolsas de chocolate y café entre los suministros que trajimos...aunque gracias a eso no tenemos muchas municiones...bueno...supongo que Ains-dono nos proporcionará apoyo próximamente, así que no deberíamos esforzarnos mucho en perseguir a los rebeldes...simplemente nos acomodaremos y llevaremos a cabo la siempre confiable sitzkrieg; si intentan avanzar por el canal un par de salvas deberían ser suficientes como para alejarlos"

Una sonrisa confiada apareció en el rostro infantil a la vez que su mirada se desviaba a ambos lados de la calle para apreciar una curiosa imagen.

Soldados bien equipados y entrenados ahora se mantenían marchando como prisioneros bajo el atento cuidado de solo algunas soldados que, con el equipo recién capturado, intentaban de la mejor forma posible cubrir cualquier brecha por la que sus cautivos pudiesen escapar.

Chicas adolescentes, mayores, ancianos y algunos niños eran prácticamente todo lo que quedaba del ejercito santo en esa área, y a su vez los que ocupaban la ciudad costera.

En la plaza de la ciudad, sentados, heridos y desmoralizados, los prisioneros se acumulaban en un grupo tan numeroso que prácticamente, si decidieran rebelarse, retomarían a la ciudad sin muchos esfuerzos.

Aunque esta era una posibilidad, Tanya dudaba que fuese el caso, pues los sobrevivientes del ataque ostentaban miradas vacías y perdidas, marchando en silencio cabizbajos sin emitir ruido alguno además de el traqueteo de sus armaduras y sus botas golpeando el suelo nevado.

"Cuando un soldado pierde la voluntad de pelear es cuando más peligrosa se vuelve la situación para su nación, pues preferirá tirarse al suelo esperando que el enemigo lo sobrepase antes que resistirse a su paso"

-Mayor Degurechaff-

Una voz familiar llamó a la chica desde atrás, era la capitana de la unidad especial del reino santo, o al menos así pensaba Tanya de ellos, Neia Baraja.

-Oh, capitana Baraja, un gusto verla nuevamente-

-Lo mismo digo, se dirige a la plaza?-

-No, no, solo daba un paseo aprovechando que no tenemos mucho por hacer realmente-

Neia dio una pequeña risa mientras se rascaba la nuca

-Si...en verdad es impresionante...usted y sus hombres terminaron con un avance que nos mantuvo contra las cuerdas por tanto tiempo...la verdad me avergüenza un poco-

Tanya, sin dejar de lado el sabor amargo de su café, siguió con sus interacciones.

-No se avergüence de sus esfuerzos capitana, después de todo, si no fuera por su determinación y la de su gente, posiblemente el reino santo hubiese caído antes de que nosotros siquiera pudiésemos haber alcanzado a apoyarlos-

Palabras simples y bastante clichés, pero efectivas en momentos como ese, pues la arquera pareció alegrarse al escuchar a la niña.

-En verdad es usted una allegada al rey hechicero...es igual de amable que él-

Aunque la comparación no le agradaba del todo, era mejor no hacer más comentarios sobre ello a la chica ahora que su humor parecía bueno.

Entre su charla, la plaza apareció frente a ellas, donde decenas de prisioneros yacían sentados alrededor de el quiosco principal que se hallaba cubierto de una fina capa de hielo que reflejaba la luz con un hermoso tono de arcoíris.

Overlord: La niña y el nigromanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora