Parte 39

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Las cornisas y tejados en aquella pintoresca ciudad costeña se encontraban repletas de estalactitas heladas que formando preciosas cascadas de cristal.

Calles cubiertas de delgadas lozetas de hielo y pequeños montículos de nieve generaban un paisaje acojedoramente invernal, mientras que el interior de las casas y edificios se volvía una contraparte curiosa.

Cada edificación era ocupada ya no por civiles o familias, sinó por soldados que, buscando abrigo, se acumulaban en cada rincón junto a chimeneas en busca de calor.
Una ciudad que antaño albergó a cerca de 100,000 personas ahora se desbordaba con aproximadamente el doble de esa cantidad y aumentando.

Las reservas de los rebeldes, así como voluntarios y aventureros contratados, habían sido movilizados en conjunto para una invasión a gran escala, ahora se arremolinaban como hordas de hormigas desde los muelles del sur hasta las bahías capturadas, donde desembocan como un río embravecido en organizadas formaciones antes de adentrarse en las entrañas de la ciudad.

En contraste, la alcaldía y áreas recidenciales de mayor estatus eran reservadas para la elite del ejército, condes, duques y oficiales bebían vino y café cómodamente mientras organizaban a sus numerosas unidades en sectores.

Mirando cuidadosamente, era clara la deficiencia de las fuerzas invasoras, pues, sobre pasadas por la cantidad de efectivos con los que contaban, rápidamente las órdenes contradictorias y los conflictos territoriales se habían vuelto el pan de cada día.

Convencidos de que el Reino santo del norte era una presa moribunda esperando ser rematanda, los peces gordos rebeldes habían iniciado silenciosamente una lucha interna por el poder, aprovechando influencias y alianzas para suprimir a sus rivales políticos, así como a sus respectivos ejércitos y fuerzas, dificultando y atrasando cada vez más la formación de un frente conjunto.

Mientras tanto los muelles comenzaban a saturarse, pues el excesivo aglomera miento de tropas había obligado a los barcos a amontonarse, dejándolos sin suficiente espacio para maniobrar y obligando a varios galones de guerra a mantenerse esperando inútilmente cerca de la costa

...un blanco ideal...

A paso ligero, un grupo de oficiales se trasladaba por las calles mientras discutian su situación, así como sus ideas respecto a la guerra en general y su experiencia hasta ahora en combate

-Pensaba que solo estaríamos aquí un par de días antes de continuar la marcha a la capital...esto es ridículo...-

-Lo entiendo capitán, pero no podemos hacer nada por culpa de esos malditos nobles...-

-Mayor, aunque esté molesto no debería hablar de esa manera de su señor...aún así... entiendo el sentimiento...-

Las armaduras de los oficiales tintineaban con un sonido cristalino debido a las delgadas capas de hielo formadas en las placas metálicas, aunque los abrigos de piel y bien impermeabilizadas vestimentas ayudaban a aminorar la incomodidad.

-Escuché que el hijo de conde Rutller fué capturado ayer por el enemigo-

-Qué, en serio?-

-Ese idiota, seguramente cargó directamente sin conciderar nada más-

-Será un dolor en el trasero si los duques comienzan a usar este asunto como excusa para presionar al conde-

-Hasta dónde sé ya han comenzado a hacerlo-

-En serio?-

-Hoy fuimos obligados a recorrer nuestra zona de cargo 2 km hacia el este, invadiendo la zona del conde...sabes lo que significa, verdad?-

Overlord: La niña y el nigromanteWhere stories live. Discover now