9. Ramona, oh, Ramona

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Mi madre gritaba tan fuerte que tuve que alejar el móvil de mi oreja para evitar quedarme sordo con sus chillidos. Tal y como esperaba no se había tomado muy bien la noticia de que me había ido de viaje por Europa sin siquiera habérselo contado. Tras pasar la fase de "no comprensión", la de la furia y la de preocupación  había llegado a la fase de la autocompasión.

—¿Qué hicimos mal para que acabases haciendo estas estupideces hijo? —Supuse que era una pregunta retórica y me callé por mi propia seguridad—. Es verdad que algunas veces te caíste de la cuna, pero te cogíamos enseguida ¡y nunca llegué a pensar que el golpe te fuese a dejar secuelas! —También por mi propia seguridad me abstuve de decirle a mi madre que por mucho que cojas a tu niño cuanto antes después de que se haya pegado una torta la torta va a doler igual. En cambio intenté tranquilizarla, sintiéndome un poco culpable.

—No tiene nada que ver con eso mamá. Solo necesitaba un cambio.

—¿Un cambio? Dan, los chicos de tu edad cuando quieren hacer un cambio se compran una camiseta nueva o se cambian el peinado ¡No se van por el mundo solos!

—Creo que tú y yo sabemos que un simple cambio de peinado no me serviría —Mi madre se calló por unos instantes. Tal vez usando ese super poder maternal que las hace comprender lo que  pasa por la cabeza de sus hijos sin necesidad de preguntárselo. Cuando habló lo hizo mucho más calmada y su tono había regresado al normal.

—Tienes razón cariño. Siempre has querido hacer las cosas a tu manera. Adelante —No pude evitar sonreír 

—Gracias mamá.

—Por cierto. Por casualidad no te habrás ido con aquella amiguita nueva tuya tan simpática, ¿no? —La sonrisa se esfumó al adivinar por donde iban los pensamientos de mi madre. Con recelo respondí.

—Sí ¿Por?

—Es una chica realmente simpática.  ¡Me alegro por ti cariño! Ya nos empezabas a preocupar a tu padre y a mí —Tragué saliva notando como mi garganta se secaba ¿Qué demonios quería decir con eso? Cuando hablé mi voz sonó acerada.

—¿Preocupar? —Mi madre pareció notarlo, porque al otro lado del teléfono su voz titubeó

—Ya... ya sabes hijo. Nunca has salido con mucha gente. Como mucho estabas siempre con tus amigos y a tu edad no es muy sano alejarse tanto de la gente y de las chic...

—Te tengo que dejar mamá —Cuando la interrumpí hablé sin mucha emoción en la voz. Más bien como si fuese algo automático—. Vamos a desayunar ahora.

—Oh.. Por supuesto cariño. Cuídate

—Lo mismo te digo.

Colgué y me quedé observando el móvil unos instantes. Hasta que al final suspiré y apoyé la frente en la pared exterior de la furgoneta. 

—¿Qué cojones ha sido esa conversación? —Cerrando los ojos me llevé ambas manos a las sienes para masajearlas. La cabeza me seguía doliendo a horrores por la resaca. Apreté los dientes molesto. Lo mejor era no pensar en ello y ya está. Haciendo un esfuerzo me separé de la caravana. Nada más llegar a un punto de descanso me había excusado y había salido al exterior para tener un poco de intimidad y por fin llamar a mi madre. Probablemente durante la conversación todos los demás se habían despertado y habían salido fuera a comer. Dando la vuelta a la caravana les vi a lo lejos. Habían sacado una especie de cocina portátil junto a la fogata para hacer la comida y se habían sentado alrededor de ella mientras Ramona y algunos otros hacían la comida. Sin muchas ganas de socializar me dirigí hasta ellos y me dejé caer en un tronco tumbado del suelo junto a Alex que me miró sonriente. Sintiendo una punzada de celos le pregunté.

La vida es AburridaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora