4. Primer día de trabajo

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La campanilla sonó detrás de mi cuando por fin me decidí a entrar en la tienda. Era mi primer día en aquel extraño trabajo y, sinceramente, estaba acojonado. Había llegado bastante pronto, cuando la tienda aún no había abierto, pero no me sorprendió ver al viejo revoloteando por ahí, apuntando quién sabe qué en su libreta mientras iba de un lado para otro como si aún tuviese 20 años. Cuando me vio dio un pequeño salto y se acercó con rapidez para tirar de mi manga, llevándome hasta el mostrador con algo parecido a entusiasmo.

 —¡Perfecto muchacho! Llegas justo a tiempo. Tengo que hacer unas cuantas cosas por mi cuenta. Así que estaría bien que abrieses tú. 

Luego arrancó una hoja de su famosa libreta y me la dio para luego desaparecer por una puerta de la esquina de la tienda que supuse que sería una especie de oficina/casa (Este señor es capaz de quedarse a vivir en su tienda, seguro). Así fue como que quedé completamente solo y a cargo de la tierra más rara de la ciudad. Presiento que esto va a acabar en desastre. 

Eché una ojeada a la lista y suspirando me puse a ello. Al menos era una lista de cosas normales y humanamente posibles y no me pedía que fuese a buscar un huevo de Colacuerno Húngaro o algo peor. Intentando hacer mi mejor esfuerzo hice todo lo que me ponía en la lista " Engrasar los relojes, colocar libros , dar de comer al loro..." Ah sí, resulta que hay un loro. Al principio me hizo gracia la idea de un loro en una tienda tan rara, pero pronto cambie de idea. ¿Razón? Es una maldita criatura insufrible. Supuse que se llamaba Yago, porque no paraba ni un solo minuto de decir ese nombre. Además, cuando me alejo demasiado y considera que no le presto la atención adecuada se pone a gritar como si le estuviesen matando... creo que si continúa así los gritos no serán de mentira, sino que de verdad lo estaré matando. 

Así que al final llegué agotado a la hora de abrir y cuando los clientes empezaron a llegar comprendí que lo difícil aún no había pasado. ¿Qué clase de gente entra en una tienda más rara que Rasputín? Pues creo que os hacéis una idea.

El primer problema lo encontré con la primera cliente, una señora de unos 60 años de edad, que parecía haberse quedado estancada en los años 80, se me acercó con unas enormes gafas hippies y me preguntó por un tal "Desmoralizador de Tropas". Entonces caí en la cuenta de que, además de no tener ni zorra de lo que era un "Desmoralizador de Tropas", no tenía la más remota idea de lo que había o no había en la tienda ¡Y mucho menos de dónde se encontraba cada cosa! En ese caso en especial me tiré veinte minutos yendo de arriba abajo por toda la tienda junto a la señora señalando cachivaches a boleo mientras ella negaba con la cabeza y me daba instrucciones confusas hasta que Tarón pareció apiadarse de mí y salió para ayudar a la señora (Luego resultó que el desmoralizador ese era un insecticida ¡VEINTE MINUTOS POR UN INSECTICIDA!) 

La mañana fue pasando caóticamente. En el último minuto siempre solía salir Tarón de la nada al rescate, pero sospecho que la media hora de agonía anterior se la pasaba observándome y riéndose a mi costa cuando los clientes me pedían cosas imposibles o proposiciones indecentes.

Por eso no es de extrañar que cuando la campanilla que anunciaba que acaba de entrar un nuevo chiflado volvió a sonar no pudiese evitar gemir de frustración, imaginando qué sería lo que me pediría este nuevo loco que hiciese. Ahora me pregunto qué cara se me debió quedar cuando, al volverme al recién llegado, me encontré con unos ojos casi blancos que ya conocía a la perfección. 

Contemplé el rostro de Nay incapaz de decir algo coherente. En mi interior mi subconsciente gritaba indignada " Anda ya. Te pasas meses buscándole sin éxito, y ahora que ya por fin has conseguido contactar con él ¿te lo encuentras así de casualidad en tú primer día de trabajo? ¡Tiene que ser una jodida broma!". Por la cara de asombro de Nay quedó claro que él tampoco esperaba encontrarme aquí. Permanecimos uno enfrente del otro, en silencio con cara de idiotas (Bueno, al menos yo con cara de idiota. No creo que ninguna expresión que pueda poner este chico quede mal ¡Qué frustrante!). Incómodo me mordí el labio  y desvié la mirada, intentando encontrar alguna manera de huir de aquel momento, pero la voz del peliazul se me adelantó.

La vida es AburridaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora