Capítulo 4: Secretos y leyendas

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   Kathleen llevaba unos diez días en el Internado, y ya se había ganado una enemiga, le gustaba el único chico al que no tenía acceso y encima, estaba a la espera de oír la historia de dos extraños que, supuestamente, tuvieron algo similar a lo que le ocurría a ella. Un comienzo de curso de diez.

Sissie había salido de la habitación un momento. ¿Estaría huyendo de Kath? No podía ser, ¿verdad? Ella había dicho que le iba a contar la leyenda de Gill y Cedric, así que tenía que volver.

Justo cuando la exasperación de Kathleen llegaba a límites tales como salir en busca de su compañera de cuarto, Sissie entró de nuevo. Traía consigo dos tazas de humeante chocolate caliente.

-Cualquier historia que se precie no puede denominarse como tal si no es contada tomando chocolate.

Ambas tomaron asiento en el pequeño sofá, y Kath cogió la taza que Sissie le brindaba. Aquello parecía una típica tertulia femenina sobre novios, más que la narración de una historia de suspense como parecía ser aquella.

Tras un largo trago, Sissie se aclaró la garganta y comenzó a narrar.

-Verás, Kath, Gill y Cedric fueron dos chicos que estudiaron en este Internado hará unos treinta años. Ambos, al igual que Jay y tú, eran huérfanos de padre y madre; y ambos entraron con una beca para estudiar en nuestro curso.

>> Los dos eran unos jóvenes guapos, inteligentes y simpáticos. Sin embargo, había algo que no cuadraba. Demasiado misterio a su alrededor, diría la gente. Ninguno de los dos se acercaba a más de diez metros al otro, ni siquiera se dignaban a hablarse. Pero todos sabían que se gustaban: solo había que observar sus ojos para ver el deseo con el que se miraban el uno a la otra.

>> Pues bien, empezaron a ocurrir sucesos extraños. Tan pronto hacía buen tiempo, que se ponía a llover y paraba milagrosamente. La piscina del gimnasio amanecía muchas mañanas seca. En plena noche todos se despertaban con un calor sofocante. Había cortocircuitos. Los libros se caían de las estanterías. De buenas a primeras, en cualquier lugar, aparecía un lapicero congelado o las cenizas de algún objeto de madera. Y no había una explicación racional para ello.

>> Nadie entendía nada. Pero todos acertaban a decir que era culpa de ambos, pues siempre que ocurría algo ellos andaban cerca del lugar. De la noche a la mañana, pasaron de ser los chicos con más amigos a los marginados del curso. Gill se pasaba el día encerrada en la biblioteca, estudiando, y Cedric solo salía de su habitación para comer. Ambos tuvieron que crearse una nueva rutina, porque no había nadie que quisiera hablarles; todos los llamaban brujos, bichos raros o cosas así.

>> Gill empezó a perder peso. El brillo en sus mejillas se apagó, aparecían mechones de su pelo por todas partes. Aquella hermosa chica que tantos corazones había conquistado ahora aparentaba ser una enferma terminal más que una chica de dieciséis años. Cedric no le iba a la zaga. Todos empezaron a comentar que era porque ambos sufrían por el amor del otro.

>> Una noche, Gill se quedó hasta tarde junto con su compañera de cuarto en la biblioteca terminando un trabajo de clase. “Me voy ya a dormir, bicho, termina tú lo que queda de trabajo”. Pero en realidad no se fue. Se quedó escondida tras una estantería. Quería ver qué hacía la bruja. Resulta que, mientras Gill terminaba el trabajo, oyó un ruido en la puerta que da de la biblioteca al desván del Internado. Se asomó y vio rodar escaleras abajo una especie de pelota de tenis de metal. Alargó la mano para pararla, y entonces sucedió: su mano quedó unida a la de una sombra. “Perdona, no te enfades, estaba investigando un baúl que había arriba y esto se ha caído”. Levantó la cabeza y se encontró con los ojos azules de Cedric. La chica que después lo contó, describió el momento como mágico. Como atraídos por una fuerza, ambos se fundieron en un beso largo, profundo. Se abrazaron y estuvieron el resto de la noche juntos, en la biblioteca.

>> Después de aquel día, siempre que veías a Cedric, estaba con Gill, y viceversa. Ambos recobraron mejor aspecto y pasaban las horas muertas en aquel polvoriento desván, juntos. Sus vidas volvieron a la normalidad. Y… Entonces ocurrió.

>> Todos los días iban a hablar con el director. Intentaron llevarse a Gill, pero siempre pasaba algo: se averiaba el coche, perdían el avión, había un error en el ordenador del nuevo colegio. Finalmente, se quedaron aquí, pero casi todo el tiempo lo pasaban encerrados en el despacho. Cuando volvían a la clase siempre tenían marcas de heridas en las muñecas; y se encontraron charcos de sangre por todos los pasillos. La gente empezó a decir que el director era un vampiro.

>> Un día comenzó a llover, y ya no paró en varias semanas. Nadie sabía donde estaban Gill y Cedric. Había quien decía que los tenían encerrados en el desván, pero ninguno podía afirmarlo; el desván llevaba cerrado bajo llave muchas semanas. La última noche que se tiene constancia de su existencia, tuvo lugar una lluvia torrencial que impidió salir a nadie de sus cuartos. Alguien afirmó más tarde haber visto a través de su ventana a dos figuras correr despavoridas a través del patio, hacia el bosque que hay más allá de los límites del edificio.

>> A la mañana siguiente, el director comunicó que Gill y Cedric habían desaparecido. Se inició una búsqueda por todos los alrededores, incluido el río; pero nada. Era como si se los hubiera tragado la tierra. Al final, tras dos años de incansable búsqueda los dieron por muertos.

-Vaya, Sissie, yo…

-No, tranquila, Kathleen. La historia es solo una leyenda; pero después de conocerte a ti, algo me dice que no es del todo mentira. Tal vez debieras investigar un poco sobre la verdad; no quiero que os pase lo mismo…

Sissie se recostó en el sofá y vagó sus pringosos dedos a lo largo de la taza ya vacía, cubriéndola de chocolate. Kathleen seguía en silencio, tratando de procesar toda la información.

Si esa leyenda tenía algo de cierto y se iba a repetir, no le auguraba nada bueno para el futuro.

                                                                    ***

No muy lejos de allí, un hombre algo maduro de pelo canoso y una chica joven vestida de oscuro, conversaban.

-Me da igual lo que opines de ese chico, sabes perfectamente cuál va a ser su destino. Ya fallamos hace treinta años, no podemos cometer el mismo error otra vez.

-Pero… Es que él… No me quiere a mí. La quiere a ella. Por más que lo intente, no consigo que vea a través de mí. Solo mira más allá, hacia ella.

-Ya sé que la quiere a ella, idiota, si nacieron para querer al otro. Tu misión no es que te quiera, simplemente es mantenerlos separados. ¿Para qué si no te he traído aquí? Tu padre tiene dinero suficiente para mandarte a los mejores colegios de Suiza, y tampoco eres precisamente una lumbreras para ganarte una beca. Estás aquí para ayudarme a que no estén juntos.

-Pero es que yo no podré estar todo el día con él. Alguna vez podría escapárseme.

-Y, entonces, he metido a la chica en tu cuarto para que os hagáis amiguitas, ¿no? ¡Imbécil!- golpeó la mesa con violencia-. Cuando no estés con él, será porque estaréis en vuestros dormitorios, y entonces podrás controlarla a ella.

-Ella es un hueso más duro de roer.

-Sí, por eso mismo me la tienes que controlar. Hasta Gill era más dócil que ella. No sé que tiene esa niñata, pero la luz de sus ojos me preocupa. Creo que estamos ante alguien muy poderoso. Por eso no puedes dejar que estén juntos, o sería nuestro fin. Si esa chica descubre quién es en realidad, acabaría con todos nosotros, empezando por ti y por mí.

Hijos de Agua y FuegoWhere stories live. Discover now