Capítulo 17: La reina blanca

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Aún se notaba el leve rastro de las lágrimas en el rostro de Kathleen cuando giraba a través de la pista de baile. Trataba de ignorar todo lo vivido (o, más bien, lo no vivido) un rato antes en el despacho de don Warwick.

Un esbelto muchacho se acercó sigilosamente a ella. Cuando se encontraba a pocos pasos de distancia, le señaló con la cabeza la salida, y ella asintió.

Ambos salieron. Kath seguía tranquilamente a Jay, observando cada uno de sus ingrávidos pasos, estudiando su pelo color trigal, su manera de moverse.

Una vez fuera, bajo la luz de la luna, se veía más guapo que nunca.

Jay la miró. Era el momento. Se acercó hacia ella, pero no se detuvo ni cuando estuvo a solo unos pasos. Con sumo cuidado, pasó sus dedos a través del pelo de Kathleen, chispazos de electricidad circulando a su contacto. Ella cerró los ojos.

-¿Sabes que esto no está bien?

-Ya...-contestó con indiferencia-. ¿Quieres que no lo haga?

Kath abrió los ojos. Aquellas dos brillantes estrellas verdes se toparon con la pícara sonrisa de Jay.

-No he dicho eso.

Jay tragó saliva, su respiración entrecortada. Se acercó aún más al rostro de Kathleen.

Sus labios buscaron los de ella, casi rozándose.

... Jay despertó, sudando, y se pasó la mano por la frente. ¿De verdad había sido un sueño?

Obviamente, ¿no? ¿Cómo sino, Kath lo habría casi besado? Y, sin embargo, una irracional parte de él lo empujaba a pensar que había sido real. O, al menos, así de real había sentido él su contacto. Sonrió.

"Al menos, tengo un recuerdo que se acerca bastante a la realidad de lo que es estar cerca de ella". Con este último pensamiento en mente, se volvió a dejar transportar al surrealista mundo onírico.

***


La mañana se antojaba fría, muy fría. El gélido aire invernal cortaba las respiraciones de todos aquellos osados que hubieran tenido el valor de asomar la cabeza a la calle.

En algún punto dentro del acondicionado internado, Sissie se restregaba las manos por sus brazos, castañeando los dientes.

-Tal vez debiera haberme traído la chaqueta.

-¿Tú crees?- el tono jocoso de Kath le producía arcadas.

-¿Qué? No esperaba que con los radiadores conectados fuese a hacer este demencial frío.

-Ya- su mejor amiga le sonrió, mientras caminaban a través de los fríos pasillos. Tenían que colgar carteles anunciando la venta de perritos.

-No entiendo por qué vendéis los perritos- murmuró Abby, que venía con un rollo grande de cinta adhesiva desde la puerta de la biblioteca-. Yo me los quedaría. Siempre son útiles como guardianes y, en caso de que no fuera así, un mosaico con orejas de perro debe ser bonito para colgarlo en la pared de tu habitación.

Sissie y Kathleen se estremecieron ante tal idea.

-Será una broma, ¿no?

La pelirroja las miró divertida, pasando su dedo a través de una de las múltiples argollas que pendían de su oreja.

-Qué cursis sois.

-Y tú qué sádica.

Sissie observó a sus dos amigas, primero a una, luego a otra. Entonces, la luz de una idea brilló en sus ojos.

Hijos de Agua y FuegoWhere stories live. Discover now