Epílogo

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 Cuando el coche se detuvo frente a su "nueva casa", Arlette farfulló. Esta mudanza no implicaba un cambio de vivienda, sino un cambio de vida: tras dieciséis años, había sido adoptada por el matrimonio Lloyd. ¿La única ventaja que le veía? Que sus nuevos padres aceptaban íntegramente que no era una chica común. Así, al menos, no la abandonarían como ya habían hecho las otras siete familias de acogida.

-Arlette, por favor, deja de hacer que llueva. Hoy estaba haciendo un muy buen clima- se quejó, con una sonrisa, Eleanor, su madre adoptiva.

-A mí me gusta cuando levanta cosas- apostilló Bruno, su hermano de diez años-. ¡Levántame la gorra, por fa!

Arlette le respondió tirándole la gorra al suelo de un manotazo, riendo. Después de todo, no estaba tan mal su familia.

La joven bajó del coche, arrastrando tras de sí una pequeña maleta en la que llevaba las escasas pertenencias que poseía y deseaba guardar, como un colgante de plata de su madre biológica, quien moriría instantes después de que ella naciera.

-Este será nuestro nuevo hogar, Arlette- se lo presentó Ayrton Lloyd, su padre. Sonaba, todavía, irreal.

Al ver aquel imponente edificio de estilo victoriano, que antaño fue un famoso y polémico Internado, Arlette sintió unos ojos grises taladrándola. "Maldita Ojos de moco", y aquella voz reía, de una forma mezquina y retorcida.

Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Arlette. ¿Dónde la estaban metiendo?

-Arlette, la abuela Cecilia quiere conocerte- la sacó Bruno de sus pensamientos-. Tiene ochenta y tres años, así que no esperes que te escuche muy bien- rió.

Se acercó a la puerta principal, donde la esperaba una longeva mujer de pelo blanco como el azúcar y ojos turquesas, sentada en una mecedora mientras hacía punto. Al levantar la vista y cruzarla con la de Arlette, sus mejillas se tiñeron y sus prietos labios rosas dibujaron una enorme sonrisa.

-Ay, bonita, ¡dame un abrazo por favor!- imploró, con los ojos chispeantes de ¿emoción?- ¡Es ella, Abby, es ella! ¡Ha llegado!

Por detrás, apareció otra pareja madura, conformada por un hombre de pelo cano y una mujer de tez pecosa y alargadas pestañas. Su mirada centelleó al verla.

-Llama al chico, Brenton, llama al chico.

A los dos minutos, volvió el llamado Brenton- que parecía ser marido de la tal Abby- con un chico alto, apuesto, de cabellos casi negros y penetrante mirada azul oscuro. Era, sin duda, el chico más guapo que hubiera visto nunca.

-Este es nuestro nieto, Eiden. Vive aquí con nosotros, y estaba deseando conocerte- explicaron Brenton y Abby.

-Un placer, Arlette- dijo el chico cortésmente, tendiéndole la mano.

Cuando sus manos se pusieron en contacto, rápidos vistazos de dos jóvenes chicos, abrazados dentro de un desván con un halo mágico, se sucedieron ante ellos.

-Lo hicieron bien Kathleen y Jay, lo hicieron bien- comentó, con una enorme sonrisa en su rostro, Eiden.

Arlette, que por algún motivo sentía saber de qué hablaba, asintió. Todo iría bien a partir de ahora, de repente estaba segura.

Hijos de Agua y FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora