Capítulo 26: Por los inocentes

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 Kathleen y Brenton habían llegado a las puertas del Internado cuando el aguacero que los venía acompañando desde las entrañas del bosque se había transformado en una granizada helada y dolorosa. Kathleen sabía que algo iba mal: sentía el dolor de estar perdiendo la sangre, la fatiga que se apoderaba de todos su cuerpo, engarrotando sus músculos.

-La puerta está abierta- la sacó de sus pensamientos Brenton-. ¿Subimos?

-Brenton- ella sollozaba-. Creo que está pasando algo malo ahí arriba.

-No perdamos tiempo, entonces- contestó Brent en un tono tranquilo.

Ambos subieron corriendo los escalones hasta el desván, abrigándose con una manta de sombras y oscuridad que se formaba a lo largo de la escarpada escalera de caracol. No medían los peligros a los que se sometían, sólo pensaban en el modo de salvar a los suyos. Sus ojos eran la única luz que los guiaba hacia aquellos a los que podrían perder si no se apresuraban.

Nerviosismo. Tristeza. Coraje. Determinación. Eran actitudes contrapuestas, difíciles de experimentar a la vez. Como si el fuego y el agua se tocaran y no se sumieran el uno en el otro. "Como se supone que nos ocurre a Jay y a mí", pensó Kathleen, "o eso espero".

Sin embargo, cuando dejaron atrás la escalera y se toparon con lo que en aquella habitación les esperaba, todo se pudo resumir en una palabra: miedo. No estaban preparados para enfrentarse a Louis encañonando una pistola contra Abby, a Jay lívido y destrozado mientras Ida le sacaba sangre. Habían supuesto que se encontrarían con algo horrible; pero no podían haber imaginado lo horrible de verdad que llegaba a ser el dolor cuando lo sientes en primera persona.

Quizás hubiera cosas para las que, por mucho que nos concienciáramos, no estábamos preparados. Hay ciertas cosas que suceden en el momento y sólo te dejan efectuar dos acciones: plantarles cara o huir.

En su caso, Kathleen gritó con todas sus fuerzas hasta perder la voz:

-¡Monstruos, que sois todos vosotros unos monstruos!

El mundo se paró: las aves cesaron el vuelo, el viento arreció, no se escuchaba ningún sonido a parte de los miles de cristales que comenzaron a romperse.

La vidriera cayó sobre ellos, salpicando los pedazos de cristales por todas partes. Louis, en mitad de la conmoción, soltó a Abby y apuntó a Kathleen y Brenton en su lugar.

-¡Abby corre!- la instó Gaelle desde el suelo.

La muchacha trató de huir hasta que la aprisionaron los brazos de Loick.

-No te vas a escapar, pelirroja, no lo vas a conseguir.

Y la esposó, lanzándola al suelo junto a la marabunta de cuerpos que iban acumulando. Abby trató de acurrucarse junto a su abuela, mientras Jay mordía a la mujer que le estaba sacando la sangre. Ida chilló, soltó la jeringa y dejó una herida abierta en su brazo. Otra más de entre las muchas que albergaba.

-Maldita sea, santa mierda, ¡esto no puede ser!- clamó Warwick. Con nerviosismo, trató de encajar las balas en su pistola-. ¡Sobrina! Ayúdame. Sostén estas llaves mientras arreglo este desbarajuste. Alguien tiene que echarle una mano al chico con la rubia dichosa y el condenado de Tanner.

Grace tomó las llaves que se le tendían con extremada frialdad. Observó la sala, donde dos jóvenes eran amenazados a punta de pistola, y varias personas se hallaban amordazadas y confinadas. Entre la lista de esas personas, estaban su madre, su hermana y sobrino, y su propia hija. Miró a los ojos de Abigail llena de vergüenza, y se vio de repente reflejada en ellos, treinta años atrás.

Hijos de Agua y FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora