Capítulo 24: Violetas

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Me gustaría disculparme, primeramente, pero es que durante este año necesitaba reinventarme un poco. Por si quedara alguien que deseara leerme, ¡disfrutadlo! Y espero vuestras opiniones :).

  Había una parte de cada ser humano que era única y exclusivamente suya. Algo que nadie podría jamás arrebatarle, o manejarle, o tan siquiera entender su significado. Y ese algo, era, el pensamiento: la mente de cada uno se hallaba protegida por unas barreras impenetrables para cualquiera. A veces, el pensamiento era el único lugar que uno tenía para refugiarse, la única zona completamente segura.

  Eso era lo único que mantenía la cordura de Jay, después de llevar una semana tras las agobiantes paredes del destartalado desván. Al menos, entre los recovecos de su mente, podía ser él mismo; podía sentir la libertad anidar en él como las golondrinas en otoño.

  Caminó a lo largo de la sala, pateando los libros que había esparcidos por el suelo a su paso.

  -¿Qué haces?- le regañó, con la mirada, Kathleen. Tomó entre sus manos el volumen de "Romeo y Julieta" que él había previamente pateado, y lo acunó en su regazo.- ¿No te enseñaron nunca a tratar bien a los libros?

  Jay se sintió un poco perdido. Le dedicó una expresión de "¿qué dices?", a lo que Kath respondió en un sonoro suspiro.

  -¿No te gusta leer?

  -Sí...- Se rascó la parte posterior del cuello y miró hacia el suelo.- Del mismo modo que me gusta escuchar música o jugar a fútbol. ¿A ti no?

  -No. Para mí, leer no consiste en un simple placer más. Leer siempre ha sido mi escape a paraísos que nunca visitaría, mi modo de vivir experiencias que nunca tendría, y la forma en la que me enamoraba u odiaba a gente que ni siquiera existiría. Los libros eran mi tesoro más preciado, los únicos que se mantenían conmigo mientras vagaba de familia de acogida en familia de acogida.

  Jay se sintió, de nuevo, obtuso a su lado. Kathleen siempre tenía la palabra adecuada para mostrar cuán inteligente y emocional era. No se podía decir lo mismo de él, y sus estúpidos impulsos de niño bravucón.

  -Lo siento, Kath.- Se pasó una mano por la cara, y volvió a mirarla, su cabello rubio brillando bajo la tenue luz solar.- Es que simplemente... Estoy un poco nervioso. Warwick ya no nos vigila tanto, y temo que sea porque está preparando algo en nuestra contra.

  -¿Por qué sería eso así? Ya nos tiene aquí, a su merced. Y lo más patético, es que nadie parece echarnos de menos.

   Exhaló un largo y nostálgico suspiro: los rostros de todas las personas que, ella esperaba, fueran a buscarles, se le pasaron a modo de película frente a sus ojos. Dejó sus pensamientos a un lado, y volvió a fijarse en Jay: tenía las manos, fuertes y protectoras, acunando el hueco que se formaba entre su cabeza y su espalda, la curva de su cuello. Había algo en todo él que era muy fuerte, pero no se refería solo al ámbito físico. Kathleen era capaz de apreciar su personalidad de hierro, que a veces le hacía ser increíblemente valiente y otras un absoluto temerario. Otras, simple y llanamente, se comportaba como un pequeño y asustado cervatillo; pero Kath sabía que era su forma de exteriorizar su capacidad interna de luchar.

  -Kathleen, sabes perfectamente que sí existe alguien que te echaría de menos, si estuvieran aquí para poder hacerlo. Por ellos mismos - se agachó a su lado y pasó su brazo por sus hombros, atrayéndola hacia él para protegerla del dolor de no sentirse querida-, por esas dos personas que dieron la vida por ti, e indirectamente por mí, debemos luchar. Y que algún día...- miró a través de la ventana. Las estrellas brillaban tímidamente, como las luces de un árbol de Navidad, efecto causado por la vidriera que los separaba del medio.- Cuando nosotros nos unamos a ellos, puedan decirnos que están orgullosos de sus Sucesores.

Hijos de Agua y FuegoWhere stories live. Discover now