Capítulo 3: Recuerdos expectantes

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“Con que Kathleen Gray”, pensó Jay bajo el chorro de la ducha. Desde que había llegado al Internado, hacía solo tres días, no pensaba en nada ni nadie que no fuese ella.

Al bajar del coche la había visto. Pelo rubio ligeramente ondulado, labios carnosos, piel aterciopelada, vívidos ojos verdes. La chica esbelta de mirada verde aguamarina se había alojado dentro de él; y sería difícil sacarla de ahí. Algo en su interior le decía que aquella chica era la muchacha sin rostro que se le aparecía en sueños. Pero, por mala suerte, no podía rozarla, siquiera saludarla.

Don Warwick Plassmeyer lo había dejado claro: hasta que no descubrieran la naturaleza de los poderes de ambos, prohibido cualquier acercamiento. Y es que, Jay Dennison no era un chico común. Él podía ver más allá de su vida, y recordar las vivencias de gente que no conocía; era capaz de crear olas de calor y grandes fuegos, desprender rayos de luz, y jugar a su antojo con los campos eléctricos; y, sabía mover objetos con solo pensarlo. Aunque él creía que había ingresado en aquel Internado con una beca por su expediente, también lo había hecho para ser investigado más de cerca; al igual que Kathleen. Al parecer ella también tenía poderes especiales.

Recordó, apesadumbrado, sus espasmos nerviosos cuando se encontraron en la puerta de Secretaría, trató de presentarse y ella huyó. Minutos después comprendió el por qué. Y también conoció a la chica pelirroja, Abby. Abby Rumsfeld era la compañera de cuarto de Kath, además de la hijastra del director. Pese a tener un aspecto algo punk, le hubiese resultado atractiva y graciosa a cualquier tío. Menos a él. A partir de aquel momento solo tenía ojos para Kathleen.

-¡Jay, vamos! No querrás llegar tarde a tu primer día de clase, ¿no?- apremió Callum, su otro compañero de habitación.

-Sí, ya voy- rezongó. Su compañero era algo pelmazo.

En realidad no iba. Aún tenía que secarse el pelo, y ponerse los pantalones negros, la camisa blanca, la corbata granate y el jersey gris que componían el uniforme.

-Vete ya, Callum, pesado, yo lo espero- oyó decir a Keegan-. Venga, compañero.

Keegan entró en el cuarto de baño.

-¿Todavía estás así, colega?

-Sí… Bueno, yo…

De repente hubo un pequeño cortocircuito y la luz del lavabo chisporroteó. Keegan supuso que era un fallo de la luz, pero no sabía que siempre saltaban chispas cuando Jay se ponía nervioso.

-Anda, vamos que vayamos a electrocutarnos aquí dentro.

Jay asintió y salió del cuarto de baño envuelto en una toalla de raso.

-Maldito chisme- se quejó Keegan, golpeando al secador de pelo-. Ya podrían poner uno que no fuera defectuoso.

Jay rió muy divertido con la situación. Si él supiera...

-Vamos a vestirnos, y luego escribes tu reclamación a la Junta Directiva por no cambiar los secadores.

Un buen comienzo de primer día: la clase de Física y Química empezaba a las ocho y eran las ocho y diez.

                                                                ***

-Bien, señor Dennison, como usted es nuevo, solo le pondremos un “Retraso” en el parte de faltas…

La profesora  O’Connell agachó la mirada y garabateó algo en el papel con su pluma. Aggie O’Connell era una leyenda en el Internado. Su moño blanco como el azúcar, sus pesadas gafas de pasta y sus faldas largas no le ayudaban mucho a quitarse años. Por no hablar de su fama de estricta. Probablemente, si le preguntáramos a sus alumnos, preferirían arrancarse un pedazo de piel antes que retrasarse a sus clases.

Hijos de Agua y FuegoWhere stories live. Discover now