Capítulo 5.

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ERICK.

Madeleine era tan inocente, tan ingenua, que me daba lastima, pero la necesidad d besarla era más fuerte. No podía irme sin besarla, sabía que la iba a dejar, no podía correr riesgos de acostumbrarme a ella, no dejé que se subiera al auto, la agarré y la besé, fue un beso tan dulce y tan seguro, que podría volverme adicto.

La miraba por el espejo del auto, quedó ahí sola, mirándome, llegué a sentir lastima, pero no, seguí mi camino.

Me senté en un bar, en una mesa en una esquina, solo, me puse a beber, copa tras copa, la noche se me acercaba, y yo seguía pensando en Madeleine, ¿Qué me había hecho esta pendeja? Había un par de bailarinas, una más linda que la otra, se me acercó una rubia, le tiré unos billetes y se puso a bailarme encima de mí, movía sus caderas de un lado a otro, sus pechos iban y venían, subían y bajaban, y yo me volvía loco de deseo. La rubia de a poco se iba sacando la ropa, me llevó a una habitación en donde quedamos a solas, ésta contaba solo de una ventana, que daba a la calle. La chica me bailaba, se movía, me volvía loco, mi atención se centraba solo en ella, hasta que por la ventana la vi, toda mojada y cansada, me miraba con asco y decepción, solo pude sonreírle, aunque por dentro me moría.

Con la rubia pasó lo que tenía que pasar, y al cabo de un rato, agarré mi auto, y me fui. Legué a la casa de la vieja Estela, y entre, la doña no estaba, lo cual fue un alivio. En el living me encontré a Ben, quien me miraba con odio, pero me ignoro y se fue, el peor fue John, quien me habló, primero suave, pero como lo ignoré, me siguió, y me dijo un montón de cosas más, que me hirieron, pero me las merecía.

-Aléjate de Madeleine, déjala que sea feliz, sabes que no te merece y que la vas a hacer sufrir, Ben en verdad la quiere, déjala que haga su vida, no arruines su vida...-me dijo Kathy, con los ojos rojos e hinchados. Sabía que había estado llorando, y una parte de sus lágrimas sabían que eran por mi culpa.

Sus palabras me golpearon, Madeleine me recordaba a Martina, mi hermana, y sabía que tenía que alejarme de ella, Katherine tenía razón, pero no podía alejarla, no quería. Perdí a Martina por alguien igual a mí, y debía evitar que a Madeleine le pasara lo mismo, debía seguír rompiéndome yo por dentro.

Esa noche me dormí, y tuve millones de pesadillas. Recordaba a Martina y su sonrisa, la forma en la que ella siempre me brindaba todo su amor, el tiempo en el que era feliz, en el que ella vivía y todo tenía sentido. Mis padres nunca superaron su muerte, intentaron culparse, culparme, pero nadie tenía la culpa. Mamá y papá quisieron evitar que me volviera en éste ser en el que me he vuelto, pero sus intentos fueron en vano.

Me desperté llorando, y vi a John recostado en el marco de la puerta, él sabía por todo lo que yo había pasado, y lo que aún seguía pasando.

-¿Otra vez esas pesadillas, eh? Si quieres puedo quedarme y hablamos...-dijo John adentrándose en la habitación. Me llevó una taza de café, y se sentó al borde de la cama. La conversación era seria y fuerte, lágrimas se me escapaban, extrañaba demasiado a mi hermana, me odiaba por como trataba a Katherine, me odiaba por sentir algo por alguien que apenas recién conocía, me odiaba por como actuaba con mis padres, me odiaba, mi vida era una fracaso.

Amaneció y yo seguía hablando con mi ex cuñado, la noche había sido dura, pero ahora todo se pondría peor.

-Perdón por interrumpirlos, pero Erick debo decirte que tus padres y los míos están en camino, llegan mañana.

Las palabras de Kathy hicieron que mi día ya empezara mal, pero por Dios ¿Qué más podría arruinarme el día hoy?

Mis padres no eran las personas más amorosas del mundo. Pase más tiempo con mi niñera que con ellos. Veía muy poco a Martina, ya que nos habían mandado a colegios separados, ella uno solo para damas, y a mí, para caballeros.

Luces de FebreroWhere stories live. Discover now