☾Capítulo 11☽

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Termino de rodillas en el suelo y con las manos en él, y tragó saliva con fuerza para luego notar que no ya no está la araña caminando por mí brazo.

Pero ahora tengo otros asuntos y tanto más locos de los que ocuparme como para preocuparme por la araña.

Me lamento por haberme quitado el estúpido antifaz dentro del clóset, pero es que no pensé que justamente una araña iba a querer jugar a las carreras en mí brazo. De solo recordar la araña siento un escalofrío en el cuerpo, aunque hubiera preferido la araña a terminar de rodillas frente a J, y peor aún, ahora sabe que yo soy la chica que estuvo con Elián.

«Genial Bianca, siempre tan tú» me reprendo mentalmente.

Levanto mí cabeza y observó que el peliblanco me observa con seriedad, con su expresión de absolutamente nada en el rostro.

—Ey, yo ya me iba —digo y le enseño los dientes en una sonrisa tensa para luego ponerme de pie y sobarme un poco mis rodillas doloridas. No digo más y hago un saludo militar para rápidamente darle la espalda y abrir la puerta para irme.

En ese momento en el que abro la puerta, puedo distinguir que la puerta de la habitación de Elián se abre, pero antes siquiera de ver que sale cierro rápidamente la puerta de la habitación y el encierro de nuevo con J, no sin antes darle vueltas al pestillo de la puerta para dejarla con seguro, pero para mí mala suerte, esta puerta tiene el pestillo roto por lo que no se queda cerrada.

Cualquiera que gire la perilla puede abrirla.

Recuesto mi espalda en la puerta y cierro los ojos.

Carajo, ya valí.

—Cualquiera diría que viste un fantasma Conejita —oigo su pastosa y gruesa voz decir con un dejo de burla. Abro los ojos y veo que J se pone de pie y me observa con curiosidad.

—No es momento para tus chistes —digo entre dientes, clavándole dagas con la mirada—y no me digas Conejita.

J chasquea la lengua y guarda su móvil en el bolsillo.

—¿Cómo te llamas? —inquiere él.

—Ya te dije que no le doy mi nombre a desconocidos—respondo citando las mismas palabras que le dije el día que lo conocí, en el parque, cuando me dio una flor del árbol luego de verme luchando por obtenerla.

J me observa inexpresivo, por un momento para querer decirme algo pero no dice nada, solamente calla y me observa como dándome la razón.

—Entonces no te molestará que le diga a todo mundo que estabas escondida en el clóset. Tal vez eres una ladrona.

Gruño por lo bajo mordiendo el interior de mí mejilla mientras imagino maneras de borrar su actitud arrogante y altanera.

No soy una ladrona, solo dejé al chico más sexy del instituto con los ojos vendados y una erección más dura que un mástil atado en su cama.

Detalles.

Cosas normales de la vida.

—No lo harías —lo reto ceñuda. Maldito J, es una piedra en el zapato.

—Tu no me conoces —me enfrenta mientras camina con seguridad hacía la puerta. El problema es que yo estoy en medio.

Cuando lo veo avanzar hacia mí no puedo hacer otra cosa que contener la respiración y batirme a un duelo de miradas con él.

Aunque es un tanto difícil lucir desafiante cuando el sujeto se detiene a menos de un metro de mí cuerpo y sujeta el pomo de la puerta con una mano. Yo tengo que mirar hacia arriba para poder verlo a los ojos, en cambio él baja un poco la mirada para escrutar con sus ojos del color del abismo.

Malas IntencionesWhere stories live. Discover now