☾Capítulo 27☽

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Nunca fuí la princesa de papá. Tampoco esperaba castillos y un príncipe azul que jugara conmigo en los parques. Me ayudara con las tareas. 


No esperaba nada de esas cosas. Porque desde muy pequeña aprendí que yo no era la princesa de papá. 

Yo no era una princesa. 

Jamás fui una princesa.

Y estaba bien que así sea.

Recuerdo cuando tenía seis años y vi a mi papá en el parque, con una niña de unos doce años. Ellos jugaban, se divertían. 

Mi mamá y yo habíamos ido a la tienda por unos víveres para la semana. No podíamos comprar mucho, pero mi mamá me dejaba elegir siempre algún dulce. Mis preferidos eran los caramelos de dulce de leche. 

Y entonces, lo ví.

Mi papá estaba columpiando a una niña más grande que yo. 

Recuerdo sujetar la mano de mamá y pedirle que me lleve con él. 

Yo entendía que él no estaba en la ciudad, porque su trabajo se lo impedía. Tampoco podía llevarme al parque. Nunca me había llevado al parque. Él solía decirme que los adultos no iban al parque.

Y yo lo entendí. 

Tenía cinco, pero lo entendí.

Mi mamá no me dejó cruzar la calle para correr con mi papá. Simplemente tiró de mí y me llevó a rastras hacia casa. Aunque yo lloraba por ir con mi papi, que no veía hace más de una semana.

Él me vio, me vio llorando  mientras mi madre me llevaba a rastras. Pero no la detuvo. Solo evitó que la niña me viera.

Yo lloré.

Lloré mucho.

Al otro día era sábado. Lo recuerdo porque los sábados mi mamá y yo mirábamos dibujos animados en la televisión. Mamá a veces hablaba sola, pero ella me decía que los adultos también tenían amigos imaginarios.

Yo no entendía. Pero fingía saludarlos y hablar con sus amigos, porque sino ella se enojaba y me mordía.

Aún tengo la marca de sus dientes en mi brazo. Ahora es apenas una línea curva con un ligero relieve en mi piel. 

Mi papá golpeó a la puerta y mi madre me dijo que espere en la sala. Pero yo quería verlo, así que me aproximé a la ventana. Ellos estaban en el jardin trasero de mi casita, de apenas dos habitaciones.

Él le gritaba, y ella lloraba mientras se abrazaba a sí misma.

—¡Te dije que no la lleves al centro! —gritaba él mientras la sujetaba de un brazo y la sacudía con fuerza.

—¿Qué se supone que debería hacer con ella? —mi mamá preguntó entre sollozos. 

Mi papá parecía loco, como mis vecinitos decían que mi mamá estaba. Loca. Pero mi mamá no estaba loca, tenía amigos imaginarios. 

—¡No lo sé Gisele! —gritó mi papi y mi mami se soltó de su agarre.

—¡Llévatela! —insistió mi madre. No pude ver su rostro, porque estaba de espaldas a mí. 

Mi papá rió. 

—¿Qué dices? ¿Piensas lo que dices? —rió mientras ponía su dedo índice sobre su sien y miraba con el ceño fruncido a mi mami—. Yo tengo una familia Gisele, no puedo llevarme a la niña.

—La niña también es tu hija Roberto —gruñó mi mamá, enojada.

—Y voy a tener que cargar con ese castigo el resto de mi vida —bufó mi papi y de repente, miró por sobre el hombro de mi mami y me vio allí.

Malas IntencionesWhere stories live. Discover now