Capítulo 6. [La Casa Del Cielo]

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ALGUNOS AÑOS ANTES

CALIFORNIA, ESTADOS UNIDOS

CASA DEL CIELO:

Miedo: Sensación de angustia provocada por la presencia de un peligro real o imaginario.

—¿Qué ves?

Una morena de ojos cafés se sobresaltó al sentir una voz casi soplándole la oreja. La mujer se echó a reír con diversión mientras los ojos de Afrodita la veían con seriedad y una de sus cejas levantadas. 

—Lo siento—cesó la risa—, es que te vi allí y pensé en darte un susto pero veo que no ha sido buena idea.

—Evidentemente—Afrodita se relajó y se dejó caer sobre la cama que estaba a su lado mientras soltaba un respiro profundo y cansado. Había pasado la noche en vela, sin poder dormir por el remordimiento que había dentro de su cabeza—. ¿Crees que esté bien?—le preguntó a Atenea, la mujer con la que Afrodita compartía habitación.

Ella se acostó al lado de Afrodita y respiró hondo. Tampoco lo sabía.

—No lo sé—dijo simplemente—, es díficil saberlo. Han pasado dos días desde la última vez que la vimos en casa. Hetera debe saberlo—ambas se vieron—. A fin de cuentas nadie puede salir de esta casa sin su autorización.

Afrodita respiró profundamente.

—Tengo una sensación extraña en mi pecho—murmuró tocándose debajo de su corazón—, como si algo malo estuviera pasando allá afuera y nadie es capaz de decírnoslo.

—¿Crees...—Atenea no terminó su pregunta, pero la expresión de Afrodita fue más que reveladora para ella.

—Ojalá me esté equivocando—le dijo con voz suave—. Pero casi siempre sucede algo malo cuando tengo mis corazonadas. Como si algo estuviera advirtiéndome en lo más profundo de mi corazón—respiró hondo—. No quiero esto, Atenea. Quiero ser libre. Quiero tener una vida común como las demás mujeres de nuestra edad. Ir a la universidad, obtener un título y sentirme orgullosa de lo que soy y no de esto en lo que me han convertido—dijo con dolor—. No pedí esto. Quiero poder salir al exterior y trabajar y poder hacer lo que me gusta sin rendirle cuentas a nadie.

—Sabes que eso ahora es una imposibilidad—le dijo Atenea en voz baja viendo hacia el techo—. Al menos a ti te falta menos tiempo que a mi. Un año más y serás libre—le dijo con melancolía— y yo me quedaré aquí esperando pacientemente poder obtener mi libertad mientras...—su voz se quebró, al igual que los ojos de Afrodita que ya estaban cristalizados por las lágrimas que amenzanaban con salir—. ¡Casi no lo soporto, Afrodita!—se echó a llorar con dolor mientras ambas se abrazaban—. No quiero esto. No quiero estar aquí. Lo odio. Odio lo que hacen con mi cuerpo y con mis labios. Odio recordarme siendo de todos menos mía.

Las palabras de Atenea golpearon fuertemente a Afrodita. La realidad que vivían las dos, y un grupo de mujeres de su misma edad, era una que nadie podía imaginarse. Ni siquiera podían imaginarse con quiénes lo vivían. Personas pagaban por sus cuerpos. Por sus caricias, día y noche y nadie hacía nada por ellas. Estaban alejadas de un mundo desconocido dónde lamentablemente ningún ser humano podía salvarlas del calvario que vivían diariamente. Afrodita solo deseaba cumplir la mayoría para poder obtener su libertad. Esa que desde los quince años había estado anhelando y que finalmente casi lo obtenía.

Después de eso, sería libre.

Y nadie jamás le diría que hacer.

Nunca más.

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