Capítulo 12. [Lágrimas Y Olvidos]

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CIUDAD DE NUEVA YORK

MANHATTAN

DÍAS ATRÁS:

—¿Qué hace una mujer como tú en su tiempo libre?—le preguntó Helena de manera divertida a Elizabeth mientras ambas bebían vino y comían algunas fresas que Elizabeth había sacado del refrigerador de Bárbara. Cosa que, esperaba que no se diera cuenta y mucho menos se molestara por tomarlas. Elisabeth hizo una mueca pensativa para después sonreír ampliamente.

—¿Una mujer como yo?—le preguntó en voz baja mientras tomaba otra fresa. Helena asintió viéndola—. Una mujer como yo no tiene tiempo libre. Mayormente mis viajes son de negocios—se encogió de hombros—, y no hay divertido cuando todo lo que haces es trabajar y trabajar y trabajar—soltó una risita corta—. Pero no me quejo, me gusta lo que hago. De no ser así no lo haría porque es un trabajo muy demandante y siempre tienes que estar relacionándote con personas.

Entonces solo estás de paso por Manhattan—dijo Helena a lo cual Elisabeth asintió—. Cuando te marches me harás mucha falta—hizo un ligero puchero y esta sonrió—. No quiero que te vayas. Eres divertida y me gusta estar conmigo.

—¿Que a Macarena no le gusta estar contigo?—Helena suspiró mientras tomaba de su vino. ¿Cómo le explicaba?

—Somos almas gemelas—dijo en voz baja riendo—. Pero ella ahorita está enfocada en otra cosa que no tiene nada que ver conmigo, y no puedo culparla. Está fascinada con Bárbara y ahora su tiempo lo tiene disponible para ella las veinticuatro horas del día—hizo una mueca—. Pero como dije, no puedo culparla. Yo también estaría igual de encantada—Elisabeth se ahogó con el vino y tosió muchas veces al escuchar a Helena.

La mujer se acercó y le dió suaves palmaditas en su espalda.

—¿Estás bien?—le preguntó un tanto preocupada. Cosa que hizo que Elisabeth asintiera—. ¿Quieres agua? Puedo ir por agua, sé dónde está la cocina—dijo casi poniéndose de pie pero la mano de Elisabeth la detuvo.

—Estoy bien, no te preocupes—dijo aún con las palabras de Helena en su mente. Elisabeth ocultó su sorpresa detrás de la copa de vino mientras aclaraba su mente.

—¿Segura? Porque la palidez de tu cara dice otra cosa—inquirió un tanto preocupada por ver a Elisabeth casi tan blanca como un papel, pero la rubia seguía negándose y evadiendo su mirada, cosa que Helena pudo notar y mentalmente se preguntó porqué.

—De verdad estoy bien—contestó tomando un largo respiro hasta que volvió la vista hacia Helena cuando ya se sentía preparada. Helena asintió viéndola pero después le restó importancia al darse cuenta que efectivamente, estaba bien y que solo quizá, había exagerado la situación.

Helena podía sentir que el ambiente había cambiado desde el momento que habían tocado el tema de Macarena con Bárbara. Lo suponía porque desde entonces, Elisabeth evitaba su mirada y cuando le decía que iba al baño demoraba más de lo usual. Cosa de lo cual se dio cuenta después de empezar a observar con impaciencia el reloj que había en un escalón de una repisa alta, a su costado. Helena respiró hondo. Elisabeth había ido por quinta vez al baño. ¿Quién iba tantas veces al baño solo con tomar vino? Se preguntaba más a sí misma solo en pensamientos. Lo que si era cierto es que estaba pasando un rato agradable; le gustaba con exageración la casa de Bárbara por su buen gusto de interiores. Algo que podía notar a leguas que tenia en común con Macarena. Al cabo de unos minutos más, Elisabeth apareció nuevamente acomodando delicadamente su cabello hacia un lado, dejando apreciar aún más su cabello rubio radiante, brillante y sedoso. Se disculpó con Helena por la demora dándole una excusa que parecía ser creíble, pero no tanto para una mujer que se la pasaba viendo programas de televisión de asesinos seriales y sus extraños comportamientos de culpabilidad. Pero eso quedó en el pasado después de unas horas. La conversación había dado un giro inesperado y dos hermosas mujeres, que compartían otra copa de vino más, después de muchas otras copas de vino, paseaban animadas, entre risas y tropiezos tontos, por la otra extensión de la casa que las llevaba directo a uno de los lugares que casi gritaba por el letrero visible que había en una de las puertas de aquel pasillo corredizo. Helena se deslumbró con lo que veía. Si la parte baja le parecía increíble, la parte superior le ganaba por mucho. Con la quijada aún en el suelo, volteó a ver a Elisabeth con una mirada deslumbrante, y recibió un guiño de "te lo dije" de parte de la rubia. Aquello era como estar dentro de un sueño por todas las cosas que podía ver. 

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