Capítulo 18. [La curiosidad mató al gato]

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CIUDAD DE NUEVA YORK

—No necesito esto, no necesito esto, ¡No necesito esto!—elevó su voz tirando todo lo que estaba sobre el escritorio. Bárbara golpeó con un puño cerrado ligeramente sobre el, y luego empezó a dar vueltas en toda la extensión de su oficina buscando respuestas a todas sus preguntas. Su cabeza estaba invadida por sus propios demonios, haciendo que no tuviera un buen día. Era todo lo contrario.

—¿Se puede?—preguntó la voz de un hombre fuera, detrás de la puerta de la oficina de la morena. Ella respiró profundamente, calmando sus pensamientos y sus ganas de querer tirar todo por la borda. Estaba siendo un pésimo día, sin ánimos, sin ganas de nada, pero ella siempre debía mantenerse firme y congruente con sus propias palabras.

Bárbara abrió la puerta de golpe y le dio la espalda con inmediatez para volver a su escritorio.

—¿Todo en orden?—le preguntó el hombre un poco preocupado al sentirla tan agitada. Ella lo vio sin abrir la boca, pero diciéndole todo con la mirada—. Comprendo...—murmuró él muy bajo—. No es un buen día para ti.

—¿Desde cuándo eres adivino?—le preguntó con evidente sarcasmo. Él sonrió medianamente mientras se sentaba frente a ella dándole una mirada examinadora—. ¿Qué haces aquí?—le preguntó Bárbara viéndolo fijamente con seriedad.

—Necesitaba hablar contigo—le dijo él en voz baja. La morena de ojos cafés asintió, un poco desorientada pero curiosa de saber qué le deparaba el día esa mañana—. ¿Café de buenos días?—preguntó esbozando una media sonrisa, pero al ver que Bárbara no lo hacía, dejó de hacerlo respirando profundamente. Luciano carraspeó un poco antes de continuar—. Supe que ella ha vuelto—murmuró con cierto miedo de saber cómo sería la reacción de Bárbara tras escucharlo. 

—¿Cómo lo sabes?—inquirió endureciendo la mandíbula. 

—Los rumores en lugares cerrados como este, corren muy rápido, Bárbara. Por supuesto que eso no tiene importancia alguna—continuó él—, al final solo son rumores de pasillo, ¿no es así?—la morena desvió la mirada respirando hondo y Luciano lo supo todo. No solo eran rumores de pasillo, era real lo que había escuchado—. ¿Cuándo?

—Hace algunos días—contestó. —. Desde entonces, mis planes se han visto arruinados, y siento que todo se me está saliendo de las manos. Así no era como lo había planeado, y la situación ya se está convirtiendo en algo extremo pero... eso no es importante ahora—dijo tranquila—. El verdadero problema es Macarena—Luciano abrió los ojos de manera sorpresiva—. El día que Sáhara fue a mi casa, estaba con ella. Macarena puede ser todo, menos tonta, y sé que no se creyó el espectáculo improvisado que hicimos. Sé que escuchó algo, no sé si habrá sido mucho o poco, pero algo escuchó —le dijo—. Cuando estuvimos solas nuevamente ella simplemente decidió irse, así, sin dar explicaciones, y ya. 

—Es normal, ¿no?—Bárbara lo vio sin entender—. Seguro sintió celos y prefirió irse antes que pudieras notarlo, Bárbara. Las mujeres siempre ven cosas donde no las hay—ella elevó una ceja y él se encogió de hombros—. Aún sin motivos, buscarán la manera de tenerlos para crear una discusión innecesaria, créeme, las conozco perfectamente. 

—Ella no es una de tus conquistas, Luciano. Actúa y piensa de manera diferente y lo he notado a medida que comparto más con ella. Es como un tesoro encontrado—Luciano abrió los ojos con sorpresa y ella sonrió muy levemente—. Siempre tiene algo inteligente que decir, es graciosa, autónoma, y defiende sus ideologías por encima de cualquier persona, ¿sabes?, no es sumisa de sus palabras, y es una de las cosas que me hacen admirarla. 

Luciano guardó completo silencio ante lo que había escuchado quedando completamente impresionado por lo que Bárbara le había dicho. Sin embargo, sabía que algo más le preocupaba y no había querido decírselo, pero era notorio el cambio que veía en la morena. Ya Luciano tenía alguna idea, porque así había escuchado, pero quería comprobarlo con sus propios ojos y por la boca de la mismísima Bárbara.

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