Capítulo 16. [Mundos Cruzados]

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CIUDAD DE NUEVA YORK 

MANHATTHAN 

Alejandra finalmente había llegado a su destino: Manhattan. 

Después de una larga espera, y horas que parecían eternas de vuelo, Alejandra respiraba aires neoyorquinos mientras tomaba un café expresso junto a Pablo, quien había logrado conseguir un vuelo también para él con prontitud. Ella, más que sentirse feliz, se sentía realmente nerviosa. Desde que su avión había aterrizado, no había dejado de sentir como todo le daba vueltas. También se le podía añadir su falta de sueño, el exceso de cansancio, el mal comer y así innumerables de otras razones por las cuales su mundo parecía girar con demasiada rapidez. 

Apenas y lograba digerir el café. Estaba aterrada, ansiosa, y sentía escalofríos diariamente. Alejandra no podía comprender del todo la magnitud de lo que estaba a punto de hacer, pero siempre fue una mujer de correr riesgos altos, al menos desde hace unos años para acá. La pasión la recorría desde los pies hasta la cabeza. Sentía un cosquilleo en la punta de sus dedos, lo que ella denominaba como incitación a la travesía. 

—¿Qué pasa?—le preguntó Pablo sacándola de su ensoñación. Alejandra apretó el café que tenía entre sus manos y apretó los labios para luego dibujar una sonrisa diminuta que esperaba que fuera suficiente para que él supiera que todo estaba bien, aunque no fuera así, realmente—. Y no me digas que nada, porque no voy a creerte. 

Alejandra tomó un largo respiro para luego beber de su café en completo silencio. 

—Solo estoy un poco conmocionada por todo esto, Pablo—dijo calmadamente—. Es un gran paso el que estoy dando y mentiría al decirte que no estoy nerviosa, ansiosa y asustada. Pensé que sería más fácil cuando estuviera aquí, pero desde que bajamos de ese avión lo único que he hecho es pensar en ella y en si aún me recuerda, si aún conserva las esperanzas de verme—murmuró nostálgica y Pablo tomó su mano por encima de la mesa dándole un ligero apretón con cariño. 

—Fuiste muy valiente al dar este paso, es el primero, y todavía falta camino por recorrer—Alejandra asintió correspondiendo a sus caricias—. Estoy aquí para ti, y sabes que cuentas conmigo en todo momento y que no voy a dejarte sola. 

—Lo sé, y gracias, de verdad. No sabes cuánto agradezco que estés en este momento tan importante para mi—ambos se sonrieron con afecto. 

—¿Cuál es el siguiente paso, señorita?

Alejandra desvió la mirada hacia el sobre que estaba a un lado, donde contenía toda la información de la persona a la que había ido a buscar. Volvió a inhalar profundamente sin saber qué hacer. Era una extraña, al menos así se sentía ella y simplemente no podía llegar y aparecer después de tantos años como si nada hubiese pasado. Como si los años nunca hubiesen pasado. Tomó el sobre en sus manos y acarició el orificio de este, sintiendo nostalgia, tristeza y ganas de llorar. 

—No sé cómo debo actuar ahora, Pablo—admitió a media voz dejando a un lado el sobre. Los ojos de Pablo se posaron sobre ella—. No puedo simplemente llegar y decirle que la he estado buscando hasta debajo de las piedras durante años. No quiero que se sienta abrumada, o queme rechace. 

—Sabes que todo puede pasar en una situación como la de ustedes, Alejandra—ella suspiró—. Escucha... Lo mejor es que te comuniques con ella antes de verla. Pueden ponerse de acuerdo para verse si ella también quiere y acepta encontrarse contigo. No puedes ahora ignorar el hecho que viajaste hasta aquí para buscarla. 

—Esto parece una locura—susurró aterrada. 

Pablo sonrió. 

—Entonces hagamos que sea una buena locura—Alejandra le sonrió. 

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