Capítulo 35. [Las Personas Inteligentes...]

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Seguía resultando increíble la manera en la que los días habían cambiado significativamente desde entonces. Encontrarse a sí mismo durante la tormenta, siempre había sido un reto que las personas, mayormente, evitaban a toda costa. No, porque no valiera el esfuerzo, si no porque las energías no eran suficientes para afrontarlo. La realidad era subjetiva, pero, algunos solo buscaban una forma de aliviar sus penas.

Si hablamos de penas, se podrían abordar tantos escenarios que, de intentarse, quedaría allí, solo en la imaginación de quien alguna vez creyó que era buena idea empezar a darle cabeza a algo que nunca tendría pies.

Pero, la vida también tenía días coloridos. No solo se veían nubes grises, como antes, pero, cambiando la perspectiva, siempre podría salir algo bueno de cada situación. 

Las personas inteligentes no se destruyen a sí mismas“

—Interesante.

Fue un ruidito agudo apenas perceptible, pero, lo suficientemente alto para que una mujer frunciera su ceño e hiciera una mueca con sus labios al escuchar un suspiro. ¿Por qué suspiraba?

—No sabía que a parte de cursi, también leyeras libros motivacionales y suspiraras en el proceso—dijo con cierto humor—. El cambio es verdaderamente significativo. El amor puede hacer tantas...—lo pensó por un momento y sonrió—, cosas. Realmente estoy sorprendida.

Bárbara entrecerró los ojos al escuchar a Elisabeth hablar, pero, sin embargo, decidió no darle importancia. Los momentos como ése se habían repetido tantas veces que, simplemente, uno más no haría la diferencia. Lo que sí resultaba increíble era la forma en la que la morena había empezado a empatizar más y a enojarse menos, sobre todo si de Elisabeth se trataba. La rubia siempre intentaba encontrar el escenario perfecto para hacerla molestar. Al principio terminó resultando divertido, pero de pronto la diversión dejó de hacer parte de las bromas porque Bárbara simplemente había decidido ignorar a su mejor amiga cuando intentaba hacer su día con ella.

—Sé lo que intentas y no va a funcionar—le advirtió Bárbara sin dejar de leer su periódico. La morena se llevó nuevamente la taza con café a la boca bajo la mirada quisquillosa de Elisabeth. —. Deberías buscar un oficio real. Ocuparte de tus modelos, tal vez. Tanto tiempo libre está haciéndote daño.

Elisabeth dibujó una sonrisa en sus labios.

—Cuando tenga que partir espero que no sufras por mi ausencia—le dijo Elisabeth con seriedad, pero Bárbara no la miró. —. No te interesa porque ahora tus prioridades son otras, con otras—enfatizó capturando la atención de Bárbara—. Deberíamos hablar sobre tus nuevas hazañas clandestinas.

La morena al escucharla levantó una ceja.

—¿Hazañas clandestinas?—Elisabeth sonrió mostrando sus perfectos dientes blancos. Sonreía tanto que la curiosidad se hizo presente en los ojos de la morena. Por supuesto, la rubia sabía que realmente Bárbara no entendía de qué estaba hablando.

—Estoy hablando de las nuevas formas que usas para que tu nueva y muy bonita novia acepte irse a la cama contigo. —dijo y sonrió cuando Bárbara abrió los ojos—. Estoy aprendiendo de la mejor. Lo he puesto en práctica, y aunque me sentí abrumada al principio por lo ridículo que puedes ser cuando te enamoras, me funcionó. Estoy realmente sorprendida con tu audacia, Bárbara.

—No sé de qué hablas—dijo evitando su mirada.

—Lo sabes—afirmó Elisabeth con una sonrisa. —. ¡Claro que lo sabes! ¡Lo sabes de sobra!—la rubia sonrió aún más al ver el semblante serio de Bárbara—. Puede que mientras tú estabas haciéndole un ofrecimiento sexual a tu novia, yo estuviera detrás de la puerta escuchando absolutamente todo—Bárbara abrió aún más los ojos y apretó los labios. La mataría. Ahora sí lo haría.

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