Capítulo 10

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Aunque a veces sienta que el tiempo se ha parado, son sus sentidos los que le recuerdan que los días avanzan en el mes de octubre que ya empieza a refrescar. Al menos tiene el consuelo de que la sudadera de Martín sigue oliendo a él y siente que, en cierto modo, aún la abraza.

Siguiendo la recomendación de la doctora, se cogió el día anterior libre y esta mañana a primera hora ha llamado a Emma para decirle que también pasará el día en casa. Casa, o al menos esas cuatro paredes entre las que ahora vive, porque siempre ha creído que casa significa algo más que eso.

Las paredes no están decoradas, apenas hay un par de alfombras y aún queda alguna caja relegada a la esquina de esa cama que esperaba estrenar con otra compañía que no sea Tulipán. Porque el hecho de que Tulipán esté allí significa precisamente que Martín no lo está.

Cuando la idea de mudarse definitivamente se le hizo cuesta arriba, Lía había propuesto pasar con ella esos primeros días, pero llevan desde que discutieron sin cruzarse, ni dirigirse la palabra. Así que ha tenido que enfrentarse al miedo sola.

Aunque si es sincera, no ha sido sola, ha tenido a su particular caballero armado a su lado, Tulipán. La idea de llevarse con ella al gato fue de su madre y desde luego que lo agradece. Sus caricias y ronroneos la reconfortan y la abrigan casi de la misma forma que ya lo hicieron en el pasado. Y son sus maullidos esporádicos los que le recuerdan que el presente sigue su curso aunque ella no deje de mirar hacia atrás.

Así que el día anterior comió en casa y descansó lo que pudo tirada en el sofá antes de ir a ver a Martín. Recibió puntual una llamada de su madre nada más salir del hospital para interesarse por su salud y Luna le aseguró que se encontraba algo mejor. Y era cierto, hasta que llegó a casa, donde la recibió el silencio de esas paredes que no saben cómo suena la risa de Martín. Ni la suya.

Tulipán acaricia sus piernas reclamando su atención mientras ella termina de desempaquetar su ropa.

Contra todo pronóstico, consiguió colocar toda la de Martín el día anterior, fue así como se adueñó de la sudadera que ahora viste y de alguna prenda más pero acabó satisfecha con el resultado. Espera que Martín también lo esté, porque ha tratado de ser tan meticulosa como él dejando su lado de la habitación impoluto y listo para que se pueda instalar allí en cualquier instante.

Suspira antes de desdoblar sus vaqueros favoritos. O al menos los que Martín siempre le dice que mejor le sientan. Siguen entrándole hasta que trata de encajar el botón y tiene que pelearse con él para poder cerrarlo. Pero no puede. Baja la mirada descubriendo su vientre al subirse la sudadera de Martín.

No puede negar que siente que la carga sobre su espalda se ha aliviado levemente al habérselo contado a su madre. Durante semanas ha fingido que no existía, que una vida no estaba creciendo escondida en su interior. Pero ese pequeño fragmento de vida no ha parado de recordarle que está ahí en cada síntoma que ha ido mermando sus fuerzas y ahora asoma tímido asegurándole que ya no hay marcha atrás.

Por mucho que haya querido mirar hacia otro lado, está ahí, impidiendo que sus vaqueros favoritos le cierren. De verdad que se esfuerza, pero aún le cuesta dejarse llevar por esa sensación que recorrió todo su cuerpo en el momento en el que supo que habían dejado de ser solo dos.

Hace ya casi dos horas que el atelier cerró cuando Martín entra utilizando su propia llave. Solo queda encendida la luz del despacho de Luna, que aún está terminando de adaptarse al hecho de haber asumido más responsabilidades.

No puede evitar esbozar una sonrisa al encontrarla dormida sobre el escritorio. Levemente sobresaltada, Luna se incorpora mientras se frota sus ojos cansados al escucharle entrar.

Más allá de la LunaWhere stories live. Discover now