CAPÍTULO 4: CELESTE

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Brandon Hell

Todos parlotean a mi alrededor en medio de bromas y risas, incluso Abdul participa gustoso. Yo por el contrario me mantengo en silencio con la expresión pétrea. La doctora Vera se ha convertido en el tema principal de conversación. Retó al King, lo tocó y este ni siquiera está molesto. Creo que sé la razón y eso me cabrea más. 

¿De dónde leches salió esa mujer? 

La furia emerge desde el centro de mi estómago y arde en mis venas con más intensidad que nunca. 

Los ojos celestes continúan tatuados en mi cabeza, esta vez con dos rostros diferentes. Se parecen demasiado. 
Apenas el Jeep aparca frente a la casa me bajo sin siquiera esperar a que el chofer apague el motor. Necesito recuperar el control. 

—¿A dónde vas? —inquiere mi padrino. 

— A la sala de interrogatorios —contesto apresurado. Solo a él le doy explicaciones... cuando me apetece. 

—Pero si acabamos de llegar —arquea las cejas en un gesto muy suyo. 

—Tengo entendido que Scar me dejó un regalo abajo —le recuerdo—. No me gusta hacer esperar a mis invitados. 

La sonrisa orgullosa no se hace esperar. 

—Entonces, disfrútalo —concede—. La cena de hoy se pospondrá para las nueve. 

—Allí estaré. 

Me dirijo hacia la habitación subterránea seguido por mi séquito. El Prince tiene sus propios guardianes como el King. 

—Señor —me recibe mi cazador—. Su presa espera. 

Me extiende el expediente antes de guiarme hacia el regalo. 

—¿Qué tenemos aquí? —medito en tanto examino el documento—. Hilon Krasnoyarsk, ruso, asesino a sueldo, violador en tus tiempos libres y... —me corto de golpe al leer la última línea mientras aprieto los puños, consiguiendo arrugar el papel— de vez en cuando te gusta jugar con los niños. Toda una joyita. 

Voy hasta el sujeto, quien se encuentra atado a los pies con una cadena que guinda del techo. 

Según el informe, lleva unas diez horas en esa posición. A estas alturas la circulación ha hecho su parte. 

»¿Sabes quién soy? —inquiero a pesar de conocer la respuesta. 

—Br-brandon H-hell —tartamudea con dificultad. Debe tener los músculos entumecidos por la posición—, el P-prínci-pe d-del In-fier-no, p-pero yo no... 

—Chist —lo acallo mientras paseo mi daga favorita por su cuello—. Dime cuántos fueron —el prisionero se queda en silencio y no dudo en clavar el puñal en su estómago de una estocada—. ¡¿A cuántos niños has violado, pedófilo de mierda?! 

Él continúa gimiendo sin pronunciar una palabra, así que vuelvo a apuñalarlo para después torcer la hoja filosa sobre la carne. Estoy perforando órganos vitales en las zonas más dolorosas. 

—P-por f-fa-vor... 

—¿Por favor qué? —le corto con otra acometida—. ¿Quieres morir? 

—P-por fa-vor... 

—Pues lo siento mucho, amigo mío —rodeo su cuerpo antes de abrirle la espalda a la mitad con un corte limpio, robándole un grito atronador—, todavía te falta un poco para eso. Primero debes vivir mi infierno, luego te enfrentarás al que está bajo tierra. 

Procedo a cortar sus dedos uno a uno, tomándome mi tiempo. Más tarde, con un ágil movimiento rompo sus brazos y la columna vertebral. En tortura física nadie me supera. Dejo cortes limpios sobre cada una de sus venas sin dejar de suministrarle energéticos para que no pierda la consciencia. 

ATRAPADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora