CAPÍTULO 8: DEADLY SINS

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Selina Vera

Sexo puro... es lo que destila este este lugar. No hay tabúes, ni restricciones, solo un ambiente cargado de lujuria que incita al pecado, a la perversión..., al deseo.

Mi instinto me grita que salga cagando leches este lugar. Sin embargo, una parte de mí más oscura, curiosa, morbosa, qué sé yo; algo dentro de mí no me permite desviar la mirada del escenario.

Si antes creía enloquecer, ahora soy una completa desquiciada.

¿Esto es lo que le gusta al Prince?

¿Hasta dónde llega su perversión?

«Se ha masturbado mientras te espiaba desnuda», salta mi fuero interno. «¿Qué esperabas?»

Creo que este hombre no tiene límites y yo... estoy metiéndome en terreno pantanoso.

«Esto no es para mí»

Tengo que salir de aquí.

Doy media vuelta, pero sus brazos corpulentos me retienen.

—No sé por qué me has traído aquí, pero no pienso participar en ninguna orgía —dictamino aún conmocionada—. Compartir no es lo mío, el exhibicionismo mucho menos.

—No te voy a obligar a hacer nada que no quieras, doctora —me niego a escucharle y forcejeo con él, pero por supuesto, la acción queda en un simple intento con la fuerza bruta que se carga—. Mírame, Selina.

Sus ojos transparentes se clavan en los míos, consiguiendo coaccionarme. Es simplemente hipnótico.

»Olvida tus prejuicios, los tabúes —la voz ronca penetra en mis oídos y recorre mi torrente sanguíneo—. Olvida todo lo que crees correcto o no —no necesita ejercer mucha fuerza para girarme de vuelta al espectáculo en la tarima—. Deja de pensar y siente. Solo siente.

Una de las chicas se desliza por el tubo con destreza, sube y baja con una tortuosa lentitud hasta que su pelvis queda superpuesta sobre los hombros de otra.

Una tercera se suma y entre todas comienzan a moverse con una sincronizada coreografía.

Por instinto propio cierro los ojos, trago saliva en un intento de deshacer el enorme nudo en mi garganta. No sé qué me pasa, ni lo que estoy sintiendo; me gusta, pero... me asusta.

Tomo profundas respiraciones para calmar mis pensamientos libidinosos. Me mentalizo en que esto es una tontería y consigo recuperar la cordura. Sin embargo, todo se va a la mierda cuando abro los ojos.

Las mujeres se rozan entre sí sin llegar a tocarse, mientras los gemidos llueven de las cabinas colgantes.

Mi cuerpo tiembla, una extraña comezón me recorre la piel al mismo tiempo que soy consciente de cómo cada músculo se contrae. El calor es desesperante, me siento como las luces de Navidad en Noche Buena, parpadeando sin descanso.

¿Qué es esto? ¿Me excita tanta perversión? ¿Soy la Laura de esta historia y él el Massimo?

«¡Esto es la vida real!», mi fuero interno me sacude con vehemencia.

—¿Te gusta?

La expresión se le vuelve siniestra e incluso los ojos se le oscurecen a la vez que me da una sonrisa digna del mismísimo Príncipe del Infierno.

No voy a negar que todo esto me causa curiosidad, pero no pienso decírselo. Darle lo que quiere sería una... locura.

—Ahora es cuando me pides trescientos sesenta y cinco días para enamorarme.

—¿Cómo? —me da gracia cómo el desconcierto se apodera de su rostro. Es evidente que no ha leído el libro ni ha visto la peli.

—Que te has equivocado de cuento, chato —le palmeo el hombro a modo de consuelo—. Supongo que encontraré el camino a casa por mí misma.

ATRAPADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora