CAPÍTULO 15: UNA MUJER DE VERDAD

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Selina Vera

El lugar permanece en la penuria, iluminado únicamente por las lucecitas de colores y los dos reflectores que enfocan el escenario. Mujeres y hombres bailan por igual en una sincronizada coreografía y se animan más todavía ante los vítores y los aplausos.

Una fiesta en pleno apogeo al estilo Las Vegas, eso es lo que le he ayudado a Freya a organizar.

Todos parecen divertidos, mis colegas ríen y se beben el bar, como si hace dos semanas los mismos sujetos con los cuales comparten la mesa no les hubiesen apuntado con múltiples armas a la frente. 

Al parecer, la única persona en todo el salón que no disfruta del espectáculo soy yo —aparte de Luisa por supuesto—. Tengo demasiadas cosas en la cabeza: la tal Arya con la cual todo el mundo me confunde, la perturbadora mirada del Amir como si quisiera comerme y el episodio de anoche con el Prince.

Desconcierto, frustración, furia… me siento dominada por demasiadas sensaciones.

—Me ayudaste a preparar todo esto y sin embargo, luces como alguien en medio de un velorio —la voz de Freya me saca de mis cavilaciones una vez nos quedamos a solas. Yo en mi mundo y mis amigos en el suyo: lo normal—. ¿Qué te sucede, Selina?

—Necesito preguntarte algo y que no me respondas con evasivas.

—No te garantizo nada —advierte antes de dar un sorbo a su vodka, por lo que yo decido imitarla—, pero haré lo que esté dentro de mis posibilidades. Adelante.

—¿Quién es Arya?

El asombro domina su expresión por unos leves instantes hasta que se termina la bebida del tiro.

—Ahora, esa es una pregunta que escapa de mis posibilidades —se acerca a mí por encima de la mesa y yo hago lo mismo, pues presiento que su intención es ser lo más discreta posible—. Ese nombre está prácticamente vetado en toda la isla y te aconsejo no mencionarlo frente a la realeza.

—¿Por qué tanto misterio, Freya? ¿La habitación prohibida es suya?

—En serio, Selina —adopta un gesto bastante serio—, deja de indagar en el tema o tendrás problemas.

«Problemas» parece ser mi segundo nombre.

—Sí te voy a decir algo y es que te pareces más a ella de lo que puedas imaginar —se levanta de forma repentina para apretarme el hombro izquierdo—. Solo espero que no compartas el mismo destino. Deberías comenzar a disfrutar de la celebración, que el Prince se lo está pasando de maravilla.

La mujer sabe justo dónde dar la estocada y de inmediato, paso de la intriga a la furia.

Alzo el mentón con altanería después de vaciar mi copa e ir por otra. Me siento herida —sobre todo en el orgullo— y no me da la gana aceptar que un delincuente arrogante me rechace.

Observo en derredor y aprecio el excesivo lujo, así como el descaro desmedido de las mujeres.

No tengo idea de por qué mis ojos le buscan, sin embargo, comienzo a temblar sin control cuando lo encuentro admirando a una rubia pechugona casi desnuda, quien baila en un tubo de manera exclusiva para él.

Luce tan entregado y seductor que me saca un gruñido junto a una mueca de asco.

—Ahora vas a ver la diferencia entre una furcia y una mujer de verdad —murmuro envalentonada.

Me ajusto las tetas dentro del vestido negro de hilo y subo un poco más el dobladillo por encima de los muslos.

—¡Esto es una pasada! —Mar llega hasta mí con una fastidiada Luisa detrás—. ¿Por qué no disfrutamos un poco del espectáculo las tres juntas?

—No, querida —niego a la vez que sonrío. La idea se me ha metido en la cabeza y de ahí no hay quien me la saque—, el espectáculo lo voy a montar yo. O mejor dicho, lo vamos  a montar las tres.

—¿Qué quieres decir?

—¿Recordáis la coreo que montamos en la despedida de soltera de Flore hace un año? —inquiero, plenamente consciente de que lo hacen. Esa noche viene a colación cada vez que nos reunimos todo el equipo de trabajo.

—No —es la rubia quien reacciona abriendo los ojos como platos—. Quítate la idea de la cabeza, Selina Vera, porque no pienso bailar para esta panda de… mafiosos.

  —Mira, guapa —le señalo con gesto severo—, el día que aceptaste ser mi amiga te comprometiste a seguirme en mis locuras, así que te toca apretar las tripas, mover esas tetas y culo de muerte que tienes y sacar la diosa ardiente que te empeñas en esconder —tomo a cada una de la muñeca y las arrastro hasta el escenario—. Vamos a demostrar que esas zorras no nos llegan ni a los talones.

—Estás loca —Mar interviene con una sonrisa—, pero te adoro y creo entender el motivo. Bailemos pues —dispone antes de pedir la canción al encargado del sonido—. Desde ya te advierto que esto te costará una pequeña riña con Gonza.

—Correré el riego —me encojo de hombros antes de aplaudir con fuerza para llamar la atención de las bailarinas calenturientas. A la legua se nota que bailar no es su único trabajo y que además, mueren por comerse al trío de bestias sentadas en la mesa de la esquina—. A ver, muñecas, tomaos un ratito libre y hacednos espacio.

Las chicas se miran entre ellas desconcertadas al mismo tiempo que un par reparan en nosotras tres con mala cara.

«Bueno, no puedo culparlas. Después de todo, nuestro físico es admirable y completamente natural»

—¿A qué estáis esperando? —salta Mar con su habitual altivez. En ese aspecto nos parecemos mucho—. ¿No habláis inglés ni griego? ¿O debo indicároslo con lenguaje de sordos?

Nuestra actitud imponente es suficiente para echarlas y entonces, nos las arreglamos para buscar nuestras posiciones.

De repente, el amplio salón se queda a oscuras, los primeros acordes de “Bad Guy” de Billie Ellish comienzan a sonar. 

Las luces de colores inician la danza, pero los reflectores permanecen apagados. En su lugar, el suelo se ilumina con un rojo encendido que imita el fuego. 

Nuestras caderas comienzan a moverse al mismo tiempo, pegadas las unas a las otras, conmigo en medio como si fuéramos un sándwich. Bajamos, subimos, damos media vuelta y volvemos a bajar con las piernas abiertas y enseñamos el rostro entre las mismas mientras cotoneamos el culo como si la vida se nos fuera en ello. 

Luego, cada una me toma de un lado de la cintura cruzando los agarres, en tanto yo sigo entre las dos.

Pasean la mano libre por mi espalda desnuda debido al escote del vestido y de un momento a otro, me inclinan el cuerpo hacia atrás hasta que dejo de tocar el suelo. 

Me convierto en su muñeca manipulable, dando la impresión de estar esclavizada y moldean mis movimientos a su antojo. Es una danza muy sensual, inventada por nosotras mismas en una noche donde estábamos ebrias como una cuba. Y el golpe maestro es el final, cuando terminamos las tres de rodillas en el piso compartiendo un ardiente beso.

La multitud estalla en silbidos, animada por el DJ en el micrófono y la cortina de humo que cubre el escenario. Sin embargo, hay unos cuantos que no lucen muy contentos que digamos con nuestra actuación. En especial: dos sujetos, los cuales lucen a punto de soltar espuma por la boca y humo por los oídos. 

—Espero que sepas muy bien lo que estás haciendo —expone Luisa—, porque el Dios Griego psicópata luce muy ansioso por arrancarte la cabeza con los dientes.

—No es el único —intercede Mar a la vez que apunta hacia su prometido con la barbilla—, se va a armar una buena.

Dos hombres con los instintos asesinos activados en busca de un único objetivo: yo. ¿Qué sería lo peor que podría pasar?

Desde este preciso instante, soy consciente de que esta noche acabaré muerta, azotada o maniatada en una mazmorra. Tal vez las tres, pero ilesa no.

ATRAPADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora