CAPÍTULO 30: BOMBA

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Brandon Hell

Resoplo hastiado de toda esta porquería de día. Desde que llegué de Atenas no he tenido respiro y con cada segundo que pasa mi humor empeora. Maldigo a Abdul por montar este circo llamado boda y maldigo a la loca venática que no sale de mi retorcido cerebro.

No la entiendo, no la soporto y a la vez, pierdo la concentración cuando la tengo a menos de doscientos metros de distancia, porque en lo único que puedo pensar es en hundirme en su caliente, mojado y estrecho coño.

¡Joder!

El hecho de que el vestido de color zafiro de dama de honor se ajuste a sus curvas perfectas y los invitados le presten más atención a ella que a la propia homenajeada, empeora mi situación.

Me está provocando, desde la noche anterior es lo único que ha hecho, como si fuera su misión de vida y yo...

¡La madre que la parió! Estoy cayendo como un jodido imbécil.

Me mantengo quieto con mala cara para no darle gusto de verme afectado. Sin embargo, tengo mis límites y la doctora Vera termina por tocarme los cojones hasta exprimirlos.

Está bailando con otro gilipollas… ¡Se está dejando tocar!

—Ni se te ocurra armar una escena —el brazo de la mayor entrometida de todas se interpone en mi camino—. No vas a arruinar la fiesta.

—Sal de mi camino, Freya —espeto de manera cortante.

—¿Desde cuándo eres un hombre impulsivo o de espectáculos?

«Desde que me involucré con una desquiciada sin aprecio por la vida»

—No me toques las narices y apártate —me remito a pronunciar en un rugido.

—Brandon…

Los labios que me niego a tocar son profanados por el americano idiota y dejo de escuchar, pensar, o sentir. La bestia renace desde las profundidades del pantano. Huelo la sangre, me imagino empapando mi piel en ella, saboreándola y… mi cuerpo toma vida por sí mismo, llevándome hasta mi objetivo y rompiéndole la mandíbula de un simple puñetazo.

El golpe se siente como una caricia, alimenta mis ganas, ciega mis sentidos y el sonido del hueso roto me cubre los oídos de una melodiosa canción.

Sé muy bien el desastre que ocasiono a mi alrededor, pero no me importa, jamás me ha importado. A mí nadie me toca, ni lo mío tampoco. Es por eso que ni siquiera Abdul se acerca a detenerme.

—¡Déjalo ya! —solo ella se atreve a interponerse en mi camino. Lo ha hecho desde que la conocí—. ¡Para!

Ignoro sus exigencias, pero no se da por vencida y me empuja sin parar hasta hacerme retroceder. Aprisiono sus muñecas buscando detener sus acometidas. Entonces, los malditos ojos que no me dejan en paz se me tatúan en la cara.

La bestia se esconde en un rincón, pese a que la ira permanece. El pobre infeliz que yace en el suelo ya me importa un comino. Mi verdadero problema es ella, el mismo rostro del fantasma que me persigue por las noches y a la vez, la desquiciada temeraria que me reta día y noche sin descanso. Por lo que la tomo del brazo y la arrastro hasta la parte de atrás, lejos de la atención pública.

—¿Se puede saber qué cojones te pasa? —la acorralo contra la pared.

—¿A mí? —la muy maldita se ríe en mi cara—. Tal vez debería hacerte la misma pregunta. O más bien… ¿no tienes nada que decirme, Prince? —el título suena a ofensa en su boca despechada—. ¿Te divertiste anoche?

«Así que de esto va todo»

«Mujeres»

—Bastante, ¿qué tal tú, doctora? —rebato curvando mis labios hacia arriba de manera muy ligera.

ATRAPADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora