CAPÍTULO 38: NUESTRA HISTORIA

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Brandon Hell

Siento que me incinero.

Mis malditos labios queman en mi piel. El roce de mis dedos que se han atrevido como kamikazes a subir a tocar allí, donde estuvo su boca, es un puto hierro caliente para marcar ganados.

Me obligo a apartar la mano de un tirón, desahogo la furia en un gruñido y rompo todo lo que encuentro a mi paso por el escritorio en mi habitación.

No puedo retenerla. Dentro de esta inmensa intensidad que nos bombardea, no puedo dejar que se quede. No soy tonto, sé lo que busca, sé lo que espera de mí y yo... no puedo dárselo.

Dejarla anclada a mí es condenar a esa mujer a ser miserable. Tal vez ahora quiera quedarse, pero tarde o temprano deseará escapar... o tal vez termine muerta antes de que eso suceda.

«No, no me la van a jugar otra vez»

Joder, qué maldita pesadilla y soy consciente de que este es apenas el comienzo. Algo me dice que, cuando se haya ido, el agujero en mi pecho crecerá como una auténtica gangrena. Y, como el hijo de puta que soy, dejaré que ocupe todo de mí hasta matar lo que ella ha hecho florecer y solo quede el vestigio de la bestia que soy, regresando a mí.

Quien crea en el cuento de Disney es un tonto que no puede mirar más allá de sus narices. La película acaba en la boda, porque si continuara, el público se daría cuenta de que la Bestia siempre será una Bestia (valga la redundancia) y que, con el pasar del tiempo, terminaría comiéndose a la Bella.

Ese es nuestro destino, nuestra naturaleza y nuestra realidad. El villano no dejará de ser quien es por nada ni por nadie y no todos obtienen el final que merecen.

La fiesta en el piso de abajo se encuentra en pleno apogeo, pero a mí me da igual. Simplemente me meto bajo la ducha, esperando a que la frustración y el empalme cese.

Por primera vez, agradezco que la música esté a todo pecho, así apaga un poco mis pensamientos ladinos.

«Me deseas», rememoro su voz, «no solo mi cuerpo, no solo mi boca, sino mucho más».

—¡Maldita! —bramo al mismo tiempo que me abotono la camisa. Para colmo, bajó a cenar vestida de celeste, como si me dijera «si no quieres caldo, pues te daré tres tazas, por cabrón». Y me encendió, tanto de furia como de deseo.

«Se me pasará», me convenzo.

—Estarás contento, ¿no? —Abdul entra en mi habitación sin previo aviso. Desde hace tres días (después de la cena), está más tocapelotas que de costumbre—. El avión sale mañana a primera hora.

—Y me lo dices porque...

—Eres mi hijo aunque no lleves mi sangre, pero ahora mismo estás haciendo en papel de tonto.

—¿El papel de tonto? —bufo—. Ese lo hiciste tú cuando decidiste meterme a la doctora por los ojos. El tiro te salió por la culata, Abdul, porque Selina jamás será Arya.

—Nunca quise "metértela por los ojos" —hace las comillas en el aire— como dices. Sí, guardé la esperanza desde un principio de que te dieras una oportunidad con ella —admite, causándome satisfacción, pese a que soy consciente de que lanzará una bomba a continuación—. Pero no para recuperar lo perdido, ni por el hecho de parecerse a Arya; sino por las diferencias entre ellas. Selina es la mujer que mereces, la que necesitas, la única que puede revivir ese témpano de hielo que guardas en el pecho...

»Ni siquiera mi hija le llegaba a los talones —su confesión me deja anonadado—, porque ese carácter que tanto la hace destacar, es único e irrepetible. Es tu Reina, Brandon... y la has dejado ir.

ATRAPADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora