CAPÍTULO 7: EL PRÍNCIPE DEL INFIERNO

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Selina Vera

Está loco, ¡loco de remate! ¡Por Dios! Se estaba tocando frente a mí. ¿En qué clase de manicomio he venido a parar? El tal King no necesita un equipo de cirujanos o anestesistas, sino un grupo de psiquiatras.

El doble de Zeus parecía el más cuerdo entre todos, pero resultó ser un puto acosador.

«¿Qué? ¿Nunca has visto a nadie masturbarse?»

Su voz ronca y provocativa resuena en mi cabeza.

Está enfermo, de psiquiátrico con camisa de fuerza y todo.

«Ahora mismo podría ponerte de rodillas, con mi polla frente a tu boca»

Un calor repentino se instala en mi bajo vientre y sube hasta la garganta.

¡Joder! ¿Qué me ha hecho?

«O tal vez debería colocarte contra la pared y darte lo que tanto anhelas»

La ducha no calma mi agitación y por más que humedezco los labios, siguen resecos.

Necesito cortar a alguien o enloqueceré.

Salgo de la habitación como un volcán en erupción y me dirijo a la oficina bajo las escaleras. Antes de subir a darme un baño, vi al mafioso psicópata ahí.

—No puede pasar, doctora —un orangután con cara de asesino me impide el paso.

—Necesito hablar con el señor Abdul.

—El King está reunido...

—¡Me importa una mierda! —protesto rozando la histeria—. Voy a entrar a verle y no podrás impedírmelo a menos que me pegues un tiro.

—Doctora...

—Adelante —le provoco. Una vez más no sé lo que hago, simplemente estoy siendo impulsiva—, dispara o sal de mi camino.

—¿Qué sucede, Monkey? —escucho la voz de mi secuestrador e ingreso al local de un empujón.

En otra ocasión me reiría hasta las lágrimas por el ridículo apodo del sujeto.

—Señor...

—Quiero operar —anulo todo movimiento en la habitación con mi presencia.

—Perfecto, para eso la he traído —concilia el King—. Mañana haré que le den un recorrido por la clínica y el hospital para que vea...

—No me estás entendiendo —le corto impaciente. El tipo es muy político cuando quiere—, quiero operar ahora.

—¿Qué?

—Ahora, Abdul —las formalidades quedaron atrás en la cena de ayer—. Puede llevarme o idicarme el camino al dichoso hospital y colarme en una sala de operaciones.

El sujeto se acerca a mí con pasos lentos, excrutándome con los ojos en silencio. Pero no es su mirada la que me molesta, sino la otra gris que me observa desde la ventana, como si fuera un cazador y yo su presa.

«¡Jodido acosador con aspecto de Dios!»

—¿Te sientes bien, Selina? —inquiere el mafioso, acariciado su barbilla con una mano de forma pensativa.

En cambio yo me encuentro a punto de explotar como una cafetera.

—¡Solo quiero pisar un jodido quirófano!

Me enfrento a su mirada siniestra con la respiración a mil kilómetros por hora y el pecho agitado. Necesito agarrar un escalpelo en mis manos ya.

—De acuerdo —concilia finalmente, luego de unos instantes en silencio.

ATRAPADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora