CAPÍTULO 24: ENFERMEDAD DELIRANTE

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Selina Vera

Recorrer Atenas es como viajar en el tiempo. Por ahí he escuchado un dicho de que en cuanto pisas la ciudad, la amas o la odias. Yo por mi parte me he enamorado.

Perdida entre tantas atracciones, yacimientos arqueológicos, mercados interminables, increíbles miradores e iglesias ortodoxas me he sentido… libre. Una sensación que llevaba tiempo sin permitirme experimentar.

Llevo un mes y medio encerrada en Icaria, pero para mí han sido como años. Mi forma de pensar ha cambiado, yo misma he cambiado. Y hoy, pese a que un día odié y temí al hombre que me secuestró, le aprecio por regalarme estos pequeños momentos. Porque pese a estar prisionera, siento la libertad entre mis dedos como nunca antes.

Tengo el trabajo de mis sueños, con tecnología de punta experimental y carta libre para hacer los procedimientos quirúrgicos a mi manera. Vivo en una mansión donde ponen en mis manos todo cuanto mi boca pide. Disfruto de mi tiempo libre en el spa, yendo de compras con mis amigas, paseando o dándome un chapuzón en la playa, disfrutando de caminatas o trotes matutinos, fiestas y… follando con el Dios del Sexo. Detalles pequeños que hace dos meses no me permitía disfrutar, más que por la economía, por falta de tiempo.

No sé si estoy cayendo en alguna especie de enfermedad delirante como la fiebre del oro, pero me siento cómoda y los guardianes que siempre me acompañan no me incomodan, sino que me dan seguridad y protección.

Cada día las palabras de Freya toman mayor peso y la visión se me aclara un poco más. Cualquiera podría acostumbrarse a esta vida, incluso la mala experiencia de haber estado cerca de la muerte no puede opacar la comodidad. Después de todo, no es como si las calles de Madrid fueran muy seguras con los vándalos esperando en las esquinas para asaltarte.

Ver armas todo el tiempo ya es parte de mi rutina. ¡Demonios! Si yo misma cargo una pistola y un cuchillo —cortesía del Prince— de los cuales no me desprendo. Y aunque espero no tener que usarlos nunca, soy consciente de que si el momento se da algún día, estaré preparada. No sé en quién me estoy convirtiendo, sin embargo, me siento bien conmigo misma. Me gusta la mujer que veo al espejo, pese a que no sea lo correcto.

Ya no sé si he perdido el sentido común, la conciencia o si tal vez he pasado por alto los ideales aprendidos de mis padres. ¿Acaso he dejado de ser una buena persona?

Esta gente mata, trafica, comete toda clase de delitos y yo… yo me he encariñado con casi todos.

Le he tomado el gusto a la isla, a sus beneficios y sobre todo, a sus habitantes, demasiado rápido. Lo peor es que no soy la única, porque mis colegas se encuentran en la misma situación viviendo la vida.

«Excepto Luisa, por supuesto»

Los guardianes despejan el mejor sitio desde la colina y me siento a contemplar la majestuosa Acrópolis en medio de un suspiro.

Echar de menos mi vida anterior es algo inevitable, así como pensar en mis padres. Si los tuviera conmigo, tendría una vida casi perfecta. Lo bueno es que ya les llamó casi todos los días. Abdul Shabbass ha sido muy complaciente conmigo dentro de la ilógica situación.

—Chicos —llamo a los escoltas. Hoy ando con Simba, Rosty y Felino. Como he dicho antes, los nombres de los guardianes del King resultan muy interesantes—, ¿por qué no os tomáis un descanso y os sentáis?

—Sabe que no podemos...

—¿Veis al jefe por algún lado? —cuestiono imponente—. No, ¿verdad? Por el momento mando yo y os ordeno sentaros conmigo.

Ellos tras un resoplido acceden y es así como comparto la pequeña canasta que me he traído para un picnic improvisado con las mejores vistas del mundo.

ATRAPADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora