4.NO SOY YO

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Brandon

Un grupo de cinco mujeres nada entre mis piernas. Dos morenas me manosean intentando calentarme mientras otras tres rubias —jodidas rubias— de tetas bien grandes y gordas se tocan frente a mí bailando alrededor de un tubo y de repente me siento patético.

Cinco puñeteras tías y una dolorosa erección robótica, porque no siento placer alguno, no me excita nada de lo que veo. Las perversiones que antes solían controlar a la bestia escondida dentro de mí ahora no me provocan nada, no me incitan a nada, como si estuviera vacío por dentro.

Y lo peor es que con las torturas y la sangre me sucede igual. Ya nada me llena, nada me satisface... Lo más cerca que he estado al placer en los últimos meses es cuando me toco pensando en ella, en esos ojos celestes malditos; pero el acto se queda apenas en una obra a medio hacer.

¡La madre que la parió!

Gruño de frustración y cierro los ojos tratando de concentrarme en las chicas que me lamen y masturban. Sin embargo, esos ojos, maldita sea, esos ojos me encandilan incluso con los míos cerrados.

—¡Joder!

Me quito a las mujeres de encima con la intento de salir de aquí. De repente me siento un estúpido principiante, manipulado por una mujer que me niego a tomar.

¿Qué coño me pasa?

«Ninguno que te guste», replica mi molesto subconsciente.

Tiro unos billetes para las chicas y pido que les envíen champán para que brinden por mi, por el tío al que no le pudieron comer la polla porque se ha quedado estancado en el recuerdo de la maldita doctora.

Vago por el club neoyorquino repleto de oscuros deseos y olor a sexo mientras en mi cabeza, solo está ella y mis ganas de devorar este desenfreno entre sus piernas.

Venir a Nueva York ha sido una pérdida de tiempo. El rastro del infeliz de Kaczynski se ha enfriado casi tanto como mi erección.

—Prince —uno de los dueños del lugar me intercepta en mi camino hacia la salida—, no sabía que estabas por aquí.

—Ya somos dos —es lo más educado que puedo soltar ahora mismo—. Pensé que el anillo de bodas y los bebés reformarían al pervertido Oro.

—No cuando mi mujer es una Esmeralda que le gustan mis perversiones —responde con orgullo, a mí solo me provoca una mueca de fastidio—. Si hubiera sabido que te pasarías por aquí habría mandado a preparar algo especial.

—Solo estoy de paso —le corto el rollo, loco por salir de aquí—. De hecho, ya me largo.

—Buen viaje entonces. Dale mis saludos a tu amigo Diamante y dile que está siendo un socio ausente.

—Diamante no es mi amigo —siseo entre dientes—. Y yo no soy mensajero de nadie.

Salgo pitando hacia el exterior con peor humor que antes.

El puto teléfono no deja de sonar para rematar. No tengo ganas de hablar con nadie, lo único que quiero es quemar el mundo entero y acabar con la raza humana. Solo contesto porque es el Diablo quien llama y ese probablemente tenga el mismo deseo que yo de hablar.

—Habla rápido —gruño al descolgar.

—Tengo a Kaczynski localizado.

Esa información me pone en alerta y cualquier rastro de dolor desaparece. Las ansias de cargarme a ese bastardo de sangre sucia son más grandes que todo y dominan mis sentidos.

—¿Dónde?

—Nueva York, Centro comercial de Manhattan West.

Al menos mis informantes estaban en lo correcto. El Boss está de visita en la ciudad que nunca duerme.

ATRAPADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora