〔:🌻:〕「 3 」 ༄˚⁎⁺˳✧༚

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El viento dándole en la cara, revolviéndole el pelo, obligándolo a entrecerrar los ojos... Aquella era sin duda una de sus sensaciones favoritas. Xiao sentía que no pesaba cuando montaba en monopatín, como si fuera un pájaro volando sin ataduras por el cielo. Se sentía libre como el mismo viento que le acariciaba el rostro.

El camino hasta la Posada Wangshu no era muy largo, pero tampoco es que fuera muy corto. Estaba bastante alejada del centro de Liyue, pues estaba destinada a los turistas que pasaban por la ciudad y que no tenían pensado quedarse más de dos días. Y, sin embargo, aquel era el hogar de Xiao.

Después de que Zhongli tomara acciones legales luego de evitar que Xiao se quitara su propia vida, el chico no tuvo que volver a ver a ese hombre que le había destrozado el principio de su adolescencia nunca más. Rompió todo tipo de contacto con él y, aunque su vida ahora no era tampoco fácil, al menos se sentía dueño de ella.

Vivir en la Posada Wangshu no era barato, por supuesto. Aunque él fuera un huésped permanente, también tenía que pagar su estancia allí como cualquier otro cliente. Eso sí, la dueña del hostal, Verr Goldet, le descontaba algo del precio y no le hacía pagar un extra por las comidas. Ella era consciente de que el chico tenía que compaginar sus estudios con el trabajo, así que intentaba ser comprensiva con él.

Porque sí, Xiao trabajaba. ¿De dónde si no podría sacar el dinero para pagarle a Verr y comprarse los materiales para clase? Como se le daba bien tocar el bajo y además era algo que disfrutaba, solía ganar dinero haciendo pequeñas y humildes actuaciones en diversos bares y restaurantes de Liyue. A él mientras le pagaran, le daba igual.

Llegó por fin al que era su hogar. Saludó a la dueña al pasar por delante de ella, con el monopatín bajo el brazo, y fue directo hasta su habitación, que estaba en la tercera planta, la más alta de la posada. A menudo salía de ella para dirigirse a la terraza, desde donde se veía toda la ciudad. Era especialmente conmovedor observarla por la noche, con todas sus luces y su vida nocturna atrapando los ojos de Xiao, mientras acariciaba las cuerdas de su bajo tocando una suave melodía.

Optó por subir hasta la tercera planta en ascensor. Por lo general no le importaba usar las escaleras, pero en ese momento sus piernas estaban agotadas y no tolerarían sus intentos de ir por las escaleras.

Una vez llegó a su habitación, su pequeño rincón donde él era el mandamás, su insignificante reino donde él era el rey; dejó el monopatín junto al espejo, donde solía ponerlo. Se descargó la mochila y prácticamente la arrojó contra el suelo a la vez que resoplaba.

Se quitó el collar de pinchos y las cadenas que llevaba al cuello, se retiró también los anillos que le ceñían los dedos y se cambió la ropa por algo más cómodo: un pijama improvisado que constaba de una camiseta y unos pantalones que solo se ponía para estar en la posada.

Después de haber hecho todo eso, se dejó caer sobre la cama, quedando sentado en el borde del colchón. Volvió a suspirar una vez más y luego se acomodó con las piernas cruzadas y recogidas. Sus ojos se detuvieron en el bajo negro que descansaba a su lado, tentándolo en silencio a que lo agarrara y tocara algunos acordes.

Su querido bajo era sin duda su posesión más preciada. Oscuro como el cielo de la noche, destacaba sobre las sábanas blancas de su cama a medio hacer. Lo tomó con la misma delicadeza con la que tomaría un jarrón de porcelana, se lo colgó y cerró los ojos, dejando que fueran sus dedos quienes lo guiaran.

Acarició las cuerdas del instrumento con la misma delicadeza con la que debería tocar a una amante, escuchó su melodía con la misma atención con la que debería oír los consejos de un sabio. Dejó que su corazón lo abandonara unos instantes mientras las aguas de la música lo llevaban por aquel cauce de paz y tranquilidad.

Con los ojos cerrados, se imaginó que estaba tocando frente a una multitud de admiradores. Se imaginó que estaba dando un concierto y, con la amargura del recuerdo, sonrió. En su ensoñación, al mirar a su alrededor, podía ver a los que una vez fueron sus amigos, tocando y cantando animadamente junto a él.

Eran los Yakshas, un grupo del que Xiao había formado parte.

Al principio, el proyecto estaba lleno de emoción e ilusión y los cinco integrantes del grupo estaban llenos de energía. Pero, con el tiempo, la realidad fue golpeándolos y las circunstancias fueron separándolos. Xiao ya no sabía nada de ellos; habían perdido el contacto por completo.

Todos acabaron dejando la banda. Todos, salvo Xiao, que nunca salió oficialmente del grupo. Quizá por eso ahora actuaba en solitario bajo el seudónimo del Guardián Yaksha, pues era el último de ellos.

Cuánto deseaba el azabache poder reunirlos de nuevo, pero no tenía ninguna esperanza al respecto, pues sabía que era imposible. Ya no quedaba ni rastro de la felicidad que solía experimentar cuando estaban juntos, pero se había acostumbrado a sentir ese vacío.

Se había acostumbrado tanto a estar solo que pensaba que le gustaba estar así.

* * *

Cuando los hermanos regresaron a casa, su madre los esperaba con el almuerzo en la olla, calentándose. Toda la casa olía a asado de mar y montaña, una receta que la mujer había aprendido mientras la familia vivía en Mondstadt. El olor de su antiguo hogar le llenó los pulmones a Aether, cuya mente vagó hasta los amigos que había dejado allí.

Se preguntó qué tal habría empezado el curso Venti y cómo Bennett afrontaría de nuevo a los abusones que se metían con él. Recordó aquella vez que tuvo que defenderlo de ellos y le rezó a Los Siete para que este nuevo curso lo dejaran en paz. Sin embargo, sabía que Fischl estaría a su lado pasara lo que pasase, así que eso lo tranquilizaba un poco.

Ah, cielos, cuánto extrañaba Mondstadt, su aire dulce y su ambiente apacible. La calma de la ciudad del viento era un privilegio comparada con el ajetreo de la viva Liyue. Todo iba tan deprisa, tan rápido... Era agotador vivir en una gran ciudad como aquella.

Unos graznidos desde el balcón de la casa hicieron que los hermanos asomaran sus cabezas rubias para saludar a su querida mascota: una cacatúa ninfa bastante peculiar. Su plumaje no era como el característico de la especie, sino que tenía tonos blancos, rosados y azulados. Era como una galaxia en miniatura y eso hacía que el ave fuera tan especial.

—¡Hola, Paimon! —saludó Lumine.

—¡Hola! —graznó Paimon. Esa era una de las pocas palabras que era capaz de decir—. ¡Hola! ¡Hola! —Y emitió un par de graznidos.

Aquella cacatúa ninfa había acompañado a la familia incluso antes de que vivieran en Mondstadt. Los hermanos, desde que tenían memoria, habían estado siempre con Paimon. ¿Era el perro el mejor amigo del hombre? Para ellos dos era más bien una cacatúa.

Por fin, la madre avisó a sus hijos de que el almuerzo estaba listo. Se sentaron a la mesa y la mujer, interesada en cómo les había ido su primer día de clases en su nueva ciudad, les preguntó al respecto.

Menor que tres (<3) [Xiaether] (High School AU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora