Capítulo 2

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La duquesa regente permanecía sentada en el sala de estar, jugando con su taza de té, era una mujer elegante y amable pero con un semblante serio. Apenas con 51 años de edad, había pasado más de una década encargándose de la finca principal en Mitras. El duque anterior había malgastado todo lo que tenía, varias de sus propiedades se encontraban ya hipotecadas y, junto a título, dejó como herencia millones en deuda.

La duquesa tuvo que soportar el duelo al enviudar cuando su hijo había cumplido los dos años de edad. Resistió cada año manteniendo a flote el desastre económico de dicho ducado. Pero la mayor parte de sus esfuerzos se enfocaron en su único hijo.

Dedicó cada uno de sus días a su cuidado y educación, consiguiéndole los mejores maestros de literatura, artes, ciencia y filosofía. Los mejores entrenadores de caballo, tiro y esgrima. A los quince años Jean Kirschtein hablaba cuatro idiomas con fluidez, conocía de Historia, mitología y era el mejor cabalgando.

Cuando Jean cumplió dieciocho años, tomó las riendas de los negocios y propiedades del ducado que se le había heredado, duplicó y triplicó la riqueza de los mismos. Pero antes de esos años de prosperidad, todo la ciudad estaba enterada de la precaria situación en la que vivían.

Ahora la sala de estar lucía nuevos tapices, cortinas de terciopelo, las paredes luciendo nuevas pinturas, y en su mesa un brillante juego de té de plata. Los jardines lucían llenos de flores y con césped cuidadosamente podado. El establo reparado y ampliado con nuevos caballos y la biblioteca llena. También había ahora más de treinta empleados para mantener la mansión de más de cien habitaciones y otros veinte sólo para mantener los jardines.

Pero antes de eso, Jean tuvo que soportar, junto a su madre, burlas en la calle, cada vez que tenían que solicitar un nuevo préstamo para cubrir otro, cada vez que tuvieron que recurrir a vender arte, tapicería y cerámica de su propia casa. "El duque pobre" le llamaban, "El duque que heredó ruinas", los escuchaba cuchichear, "que ironía ser el mejor jinete y no tener caballos".

Los pocos empleados que se habían quedado, eran lentos y ancianos, se habían quedado a cambio de obtener un techo y comida, ya que nadie más los contrataría a su edad.

Cuando veía el rostro apenado de su madre y la observaba sonreír como si nada pasara, se prometía a sí mismo no permitir que su madre viviera de esa manera nunca más. Con sus propias manos reparó todo lo que pudo en esa casa, corregía los techos, limpiaba los establos y ayudó a criar a Caín, el único caballo semental que quedaba en esa casa. Su madre había protestado por el nombre irreverente que había escogido, pero al ver todos sus esfuerzos le dejó conservarlo. Jean lo había escogido así para burlarse de la iglesia que los había abandonado y también los había dejado de lado cuando estuvieron al punto de la quiebra.

A los quince años a Jean le había dejado de preocupar lo que dijera la sociedad. Pero no fueron las burlas en la calle, ni los tapices rotos, o la vez que tuvo que quedarse noches seguidas durmiendo en el establo cuidando a su único caballo, lo que había endurecido su corazón.

Había sido la hermosa rubia Elizabeth, con ojos tan azules como el cielo despejado.






A los quince años la había conocido en una carrera de caballos, cuando la vio entre el público y se acercó a ella para pedirle "su favor", en donde la hermosa chica debía decidir si apoyaba al jinete frente a ella y ataba su pañuelo, listón u otra prenda en el brazo del jinete, para mostrarle su apoyo y desearle suerte. Al mismo tiempo aceptaba su cortejo de una manera discreta e implícita.

Jean ya era un joven alto y apuesto y se ganó en ese instante su sonrisa y su favor. Cautivado por sus ojos azules, empezó de inmediato a solicitar visitarla o invitarla, apropiadamente acompañada, a caminatas en el parque principal. No tenía dinero para comprarle joyas, pero le llevaba flores de su propio jardín y algunos dibujos hechos con sus propias manos. Esperó pacientemente hasta que ambos tuvieran la mayoría de edad para pedir su mano.

Mi ParaísoWhere stories live. Discover now