Capítulo 25

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Los días pasaron ahora más rápidos de lo esperado. Shely y O'Malley acompañaron a Mikasa a Mitras a comprar ropa, cobertores, libros y de paso juguetes y algunos pastelillos. El cheque extendido por el Duque alcanzaría aún para algunos meses y otros gastos no contemplados. Emocionada, Mikasa logró también comprar algunas literas para los niños que aún debían compartir cama o dormir en el suelo.


El corazón se le oprimía en cada ocasión que visitaba el orfanato, pero las sonrisas y recibimiento de los niños la hacía sentir mejor. Emocionada, contaba los detalles a Kiyomi y Evelyn al regresar por las tardes. Por las noches cuando Jean llegaba, le agradecía y le contaba de los niños, a lo que Jean escuchaba con atención, encantado con la felicidad de Mikasa.


De vez en cuando Jean hacía tiempo aparte para estar con Mikasa. Habían ido a cazar juntos y a cabalgar. Se levantaban temprano e iban de nuevo a pescar y Jean aprovechaba para besarla de nuevo junto al roble. Al cabo de unas semanas había besado su cabello, sus manos, sus hombros, su cuello y sus labios incontables veces.

En ocasiones las manos de Jean se deslizaban por encima de su ropa y Mikasa se estremecía con sus caricias. Jean siempre se detenía en cuanto ella se lo pedía, aunque su cuerpo entero deseara arrancarle la ropa.


Mikasa terminaba sonrojada y con falta de aire, Jean era apasionado cuando la besaba a solas y amable y caballeroso cuando estaban frente a otros y ella disfrutaba ambos momentos a su lado. Pero nada parecía llevarlo a decir algo más. "Te deseo" le repetía una y otra vez. "Te quiero Mikasa, te deseo" lo escuchaba decirle. Aunque nunca salían de él palabras de amor, Mikasa cerraba sus ojos y se dejaba llevar en cada uno de sus besos, aunque siempre esperara escucharlo decir algo más.


Una tarde de viernes Jean llegó antes del mediodía a Casa Bodensee. Mikasa escuchó llegar su coche desde la antesala. Se levantó de un salto y fue a recibirlo de inmediato a la entrada.  Al encontrarla con la mirada, Jean entregó su abrigo  y caminó de inmediato hacia ella. Mikasa se abalanzó a sus brazos. La felicidad de ambos se reflejaba en sus rostros al encontrarse. Se notaba y se sentía, pero no se decía.

—Has llegado tan temprano, aún hay luz del día. Ni siquiera es hora de comer—le dijo Mikasa con una sonrisa.

Jean acarició su cabello y le sonrió de regreso, mientras la tomaba de la mano y empezaba a jalarla con él hacia las escaleras. Sonrojada y sin dejar de sonreír, Mikasa lo siguió y él la guió apresuradamente a la biblioteca, cerrando la puerta detrás de ellos.

Antes de que Mikasa pudiera reaccionar, Jean la levantó en el aire tomándola de los muslos, haciéndola rodearlo con sus piernas sobre sus caderas.
—¡Jean!—le dijo Mikasa en un grito ahogado
—Te he extrañado tanto—le respondió él al tiempo que caminaba con ella en brazos y empezaba a besar su cuello. Llegó hasta el escritorio y la sentó encima. Sus besos y sus caricias se volvieron más impetuosas y Mikasa cayó rendida de inmediato.

Con su respiración ya agitada, ella también empezó a tocarlo. Deslizó sus manos por su pecho y debajo de su saco, ayudándolo a quitárselo. La sensación de las manos de Mikasa, liberó electricidad en el cuerpo de Jean. Mikasa siempre era mucho más reservada al tocarlo.

Empezó a besarla con desesperación y a jalar hacia arriba su vestido.  En segundos tenía sus manos debajo de su falda y la acarició sobre las medias hasta llegar subir por sus rodillas hasta sus muslos.

Nunca habían subido tanto de tono sus caricias y nunca la había tocado debajo del vestido.

—Jean...para, no...no sigas por favor—le dijo Mikasa un poco asustada. Pero Jean no detuvo su insistencia.

Mi ParaísoWhere stories live. Discover now