Capítulo 21

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En silencio, Jean tomó un vaso y el decantador de whiskey en su estudio. Lo sirvió por tercera ocasión y lo bebió de golpe. La forma en que el whiskey le quemaba la garganta no se comparaba con la forma en que la ira le quemaba como ácido en cada parte del cuerpo.


Se había ido. Él le dio tiempo, confió en ella y en el minuto que lo hizo, Mikasa se había ido. Habían pasado tres horas desde su llegada a Bodensee y nadie podía dar razón de ella.



—Jean—se escuchó en la puerta. Su madre había venido después de que Jean se rehusara reciamente a siquiera escuchar una palabra de Kiyomi—debes escuchar a Kiyomi, ella tal vez sepa algo más que nosotros.

Jean apretó los ojos y echó la cabeza hacia atrás.

—Godfrey, llévate a la Duquesa regente de aquí...llévala a sus aposentos y vigilen ahí su estado...
—Su alteza...tal vez—Jean le lanzó una mirada furiosa con la mandíbula tensa

—Largo...ahora ¡Largo!

El pobre mayordomo que presenció la forma en que Jean había recibido la noticia salió de inmediato y tomando del brazo a Evelyn le pidió encarecidamente que lo acompañara.


De nuevo sólo, Jean puso llave a la puerta y regresó a la mesa al bar. Tomó de nuevo el vaso de whiskey pero antes de servirse, este crujió bajo sus manos y tomó aire con dificultad de nuevo

¿Había sido todo esto su culpa? Tal vez si le hubiera dicho lo que sentía, si le hubiera explicado, ella hubiera entendido que no quería obligarla a nada, sino que tenía temor a perderla.

Con sus amenazas y su temor a reconocer sus propios sentimientos la había alejado. Ella no aceptaba menos que amor y él debió dárselo a manos llenas, no joyas, no pieles, no flores. Amor, ella buscaba a alguien que la amara y él lo hacía, pero nunca se atrevió a aceptarlo. Hasta ahora.

Sólo había logrado alejarla más. Con cada presión nueva, la empujó más lejos de él. Un espíritu como el de ella sería todo: Rebelde, apasionada, valiente, amorosa, tonta...pero jamás prisionera de los deseos de alguien más.

Tomando el vaso con fuerza lo arrojó estrellándolo contra la pared en total frustración. Se dejó caer en la silla y bajó la cabeza sujetando el tabique de su nariz entre sus dedos.


—No...—murmuró para sí mismo. Mikasa amaba cabalgar y siempre la hacía sentir mejor. Tal vez su regreso había terminado por asustarla después de días encerrada. Ella también tenía temor después de sus amenazas, después de arrastrarla a Casa Bodensee sin darle el tiempo que había pedido. Tal vez había salido a cabalgar y la nieve la había atrapado como a ellos.

Una punzada se se hizo presente en el pecho de Jean. ¿Le habría pasado algo?

No. Mikasa era la mejor jinete en Mitras y tal vez en todo Paradiss. Estaba bien...pero dónde, ¿Dónde estaba? ¿Por qué aún no regresaba?



Una hora después Jean salió del estudio y subió a su habitación, no sin antes advertirle a todos que ni siquiera se atrevieran a acercarse al tercer piso. Entró y al fin empezó a aflojar la corbata y toda la ropa que ni siquiera se había quitado. Arrojó con desesperación el saco y el chaleco al suelo. Desabrochó los botones de su camisa y recorrió sus mangas. Miró por la ventana, la nieve parecía no parar.

Miró hacia la puerta que unía su habitación con la de Mikasa y automáticamente caminó hacia ella. Tomó la llave en una de sus gavetas y la abrió, como si esa acción lo haría encontrarla mágicamente detrás. Se recargó con el hombro derecho en el marco y cruzó los brazos. No había nada en particular, todo parecía en su lugar. No había ropa desordenada, ni baúles abiertos.

Mi ParaísoWhere stories live. Discover now