Capítulo 39 (Epílogo)

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Cinco días después de la bienvenida de Marco Kirschtein al mundo, Jean salió desde temprano y estuvo fuera casi todo el día, en búsqueda de un regalo apropiado para Mikasa, en agradecimiento por haber traído a su hijo al mundo y en una nueva forma de disculparse por el dolor que tuvo que soportar dando a luz.

Regresó no con uno, sino con cinco regalos, uno por cada día, aunque nada le parecía suficiente. Para su pesar llegó ya entrada la noche y Mikasa y su bebé se encontraban ya dormidos. Así que se retiró a su habitación a descansar. Apenas amanecía de nuevo, cuando el llanto de su hijo lo despertó. Se levantó de inmediato para ir a la habitación contigua.

Entró a la recámara de Mikasa y encontró a una de las damas tomando a su bebé de la cuna y a Mikasa ya levantándose para alimentar a su bebé, que en esos primeros días despertaba constantemente durante la noche.

Subió a la cama con Mikasa cuando le entregaron a su hijo. Mikasa se recostó sobre el pecho de Jean y él la rodeó con sus brazos ayudándola a sostener el peso de su bebé para alimentarlo.

Pudo observarla pestañear cansada, el pequeño Marco tenía que alimentarse todo el día y toda la noche, lo que la dejaba con apenas un par de horas de sueño intermitentes. Tenía tres damas y un mayordomo a cargo de ella, para ayudarla con todo lo que necesitara, pero al final, la única que podía alimentar a su bebé, era ella.

—Quisiera poder ayudarte un poco más—habló Jean, mientras acariciaba los hombros de su esposa

—Jean, ya haces lo suficiente, esto es parte de tener bebés...el doctor Windsor y tu madre nos lo dijeron

—No tenía idea...sabía cómo obtener un bebé, pero no sabía nada de esto...no sabía que te lastimaría tanto dar a luz, o que no podrías dormir...lo siento Mikasa

—Debes parar de disculparte Jean, ambos queríamos un hijo

—Si, pero es que...

—¿Pero qué?

—Es que, quiero más hijos, Mikasa...lo siento—le dijo apenado—quiero más hijos contigo, pero no quiero que pases por todo esto...

Mikasa sonrió y se giró hacia él—Yo también quiero más—le dijo, levantando su rostro y rozando su frente en la mejilla de Jean.








Mikasa se quedó dormida antes que su bebé. Jean se movió a un costado y la bajó despacio a la cama y tomó a su hijo con él. Cubrió a Mikasa con la sábana y se levantó de la cama.

Caminó por la habitación meciendo a su bebé que, aunque ya no lloraba por hambre, permanecía despierto y con los ojos abiertos , fijos en él. Consideró que aprovecharía el momento para darle consejo paternal.

—Marco, algún día tendrás que escoger una esposa y será una decisión muy importante ¿Lo sabes? Pero no te preocupes, me tendrás a mi para decirte cómo hacer las cosas de forma correcta. No es que yo sea un experto, pero alguien me dio una importante lección.

Jean miró a la cama y encontró a Mikasa aún dormida.

—Para empezar te contaré una pequeña historia: Érase una vez un hombre cínico y arrogante, lo llamaremos...eh, el Duque de Mitras...


Con los ojos cerrados,  Mikasa lo escuchaba fuerte y claro y tuvo que esforzarse por no soltar la risa y descubrir que seguía despierta.


—Este Duque era un hombre ciego que no podía ver amor, ni bien, en nadie, en ocasiones, ni siquiera en él mismo—continuó Jean, meciendo a su bebé frente a la ventana—pero una tarde, mientras descansaba junto a un lago, se  encontró a un pequeño y joven bandido. El Duque atacó para defenderse, pero para su sorpresa, el bandido era en realidad una mujer, una con hermosos ojos negros, profundos y brillantes como la misma noche. Cuando el Duque vio sus ojos, recibió una fuerte patada y no sólo perdió la batalla, también terminó siendo robado de su propia razón. Por eso, terminó cometiendo estupideces que por poco le hacen perder a su propia esposa. Pero todo fue culpa de su ceguera, no sabía lo que había visto en esos ojos esa tarde, ni sabía lo que realmente había encontrado...


De nuevo volteó hacia Mikasa sólo para encontrarla aún dormida.


—Algún día tu madre también te contará de ese tonto Duque...—al bajar de nuevo la mirada a su hijo, este ya empezaba a cerrar los ojos. Continuó meciéndolo unos minutos hasta que quedó completamente dormido y Jean sintió un poco de orgullo al ver que al menos podría ayudar a dormir a su hijo, en lugar de entregárselo a las damas.

Despacio y con cuidado dejó a su bebé en la cuna y también lo arropó con su propio cobertor. Lo observó por unos segundos y después regresó la mirada a Mikasa. Se acercó  una vez más a ella y acarició su cabello.

Mientras sonreía al verla, pensó en ese pequeño regalo que nunca le había entregado a Mikasa y que había preparado desde antes de su boda. Decidió que sería el primer regalo que le entregaría, antes de los otros cinco que había traído la noche anterior.

Cuando Jean salió, Mikasa al fin liberó la risita que había estado conteniendo. No había abierto los ojos para que Jean continuara con su pequeño cuento, pero se lamentó un poco de no haber logrado preguntarle:

¿Qué era lo que el Duque realmente había encontrado esa tarde?





Apenas habían pasado unos minutos cuando Jean regresó a la habitación. Mikasa cerró rápido los ojos y pretendió dormir. Notó que Jean dejó algo en su buró junto a la cama, después sintió  sus manos ajustando de nuevo la sábana sobre sus hombros y se retiró despacio, tratando de no hacer ruido.

Al escuchar que la puerta se cerró, Mikasa abrió los ojos y miró hacia el buró, encontrando un lienzo. Se incorporó sobre su brazo y estiró la mano para verlo. De inmediato reconoció los rasgos de Malak en el caballo de la pintura y después se reconoció a ella misma con el cabello en el aire, montando a horcajadas y sonriendo. Recorrió  con su dedo índice la orilla del lienzo y pestañeó para aclarar su visión y poner más atención a los detalles.

En el fondo, en la parte superior,  se formaba un degradado en azul cielo y debajo, la forma y color del pasto. Al observar una de las esquinas, encontró la firma de Jean, junto al título de la pintura en sus manos.


En la inscripción se leía:



"Mikasa. Mi amor, mi paraíso."

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