Capítulo 5

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—¡Es injusto!—Mikasa apoyó ambas manos sobre sus  rodillas apoyándose e inclinándose hacia adelante sobre el piso de madera—su único pecado fue ser hermosa, fue no corresponder el amor de Poseidón. ¿Por qué no se cuenta esa parte de la historia?

—Porque es la manera en que la que funciona la sociedad, Mikasa—Armin cerró el libro de mitología griega en sus manos después de leer la leyenda completa de la creación y muerte de Medusa—te darás  cuenta que hay villanos que en realidad no lo eran y héroes que en realidad sólo fueron verdugos. Es importante que aprendas a identificarlos. Cuando regreses a Paradiss, te será más  sencillo escoger amistades y relaciones.

Mikasa recordó por un momento a sus tíos Levi y Kenny, definitivamente no eran lo monstruos desalmados que parecían cuando recién los vio llegar.

—Armin...¿Cómo podré regresar y pretender que sólo sé utilizar las manos para agitar un abanico con gracia?—una sonrisa triste se reflejó en el rostro de Mikasa.
—¡Oh, pero podrás refrescarte!—rio Armin
—Oh, no...¿Sabías que el abanico no se utiliza para refrescarse?—replicó, al  tiempo que abría  su abanico con una sola mano en un movimiento sutil y rápido. Me sorprende que no lo sepa Armin Arlert, instructor de reyes y duques.
Armin rio de buena gana—Dentro de todas mis enseñanzas y estudios, curiosamente nunca tuve que utilizar uno. Si no es para refrescarse ¿Entonces para qué es?

—Para atrapar hombres nobles—Mikasa ocultó su rostro detrás del abanico y pestañeó rápidamente a Armin, quien continuó riendo con más fuerza—o, para ahuyentarlos, cuando se quieran sobrepasar—cerró el abanico de un sólo movimiento y golpeó la mano de Armin en el dorso.
—¡Muy bien, muy bien Mikasa!—respondió Armin sin parar de reir—justo así, así es como engañarás a todos.


—¡Mikasa! ¡Ven por favor, no puedo esperar más!—la voz de Kiyomi los alcanzó. Armin se levantó y ofreció su brazo a Mikasa para que caminara junto a ella. Cinco meses después, Armin se había convertido más que en su tutor, en un amigo y confidente, si bien le mostró cómo debía ser su comportamiento en sociedad, nunca por un momento falló en decirle todo lo que estaba mal. Además de sus clases, cuando  tenía tiempo libre, la había acompañado a cabalgar y practicar tiro y secó sus lágrimas cuando los días lejos de su vieja vida le parecían abrumantes.
"Lo único permanente, es el constante cambio...Mikasa San", le decía.


Unos minutos después de estar con tres damas dentro de su recámara, la puerta de bambú  se recorrió para dejar ver el primer vestido, estilo francés, hecho a la medida para Mikasa. Armin elevó la mirada y tomó aire al ver a la mujer frente a él. Una amplia falda larga se ensanchaba desde su cadera hasta los tobillos, por la espalda un enorme moño cuyos listones caían detrás de ella en forma de cola de sirena alargándose medio metro a lo largo y, en la parte superior, unas ligeras mangas bombachas se ajustaban a los hombros de Mikasa, cayendo ligeramente sobre sus brazos. Y al frente, su corpiño ajustado a su cintura, con un escote cuadrado que bajaba y apretaba hasta donde nacían sus generosos pechos. Todo en satín de color amarillo con destellos dorados y pequeños detalles de encaje blanco debajo de la falda.


Con la boca semiabierta recordó a la chica que conoció meses atrás, era fuerte, pero ahora se había vuelto sutil y hábil, letal con las armas y con esos ojos negros. Pero lo que más le maravillaba era que todo eso existía dentro de un alma y corazón amables que no cambiaban con el tiempo ni el dolor que la vida le había traído.

—¡Oh Mikasa...! ¡Te ves...tan, oh!—Kiyomi se cubrió la boca con una mano y  se limpiaba una lágrima de emoción, mientras Mikasa sonreía apenada. Dirigió su mirada a Armin.
—¿Qué opinas Armin, podré pasar desapercibida como una citadina?—le preguntó.

Mi ParaísoWhere stories live. Discover now