𝐂𝐀𝐏𝐈𝐓𝐔𝐋𝐎 𝟑𝟐

1 0 0
                                    

𝕴𝖗𝖆

ERIS

Nunca en mi vida me había sentido tan desesperada, ni siquiera cuando mi madre murió, esta presión en el pecho, la necesidad de correr para salvarlo, el impulso y que no te importe nada excepto su seguridad.

—¡¿Dónde demonios lo tienes?!, ¡¿Dónde está?!, ¡¿Que haz hecho Frederick?!, ¡Es un niño!

—Esta claro que yo no me ensuciare las manos con sangre bastarda, para eso tengo a mi mano derecha, pero Eris, deberías correr si quieres ver la función antes de que acabe.

Sin pensarlo dos veces corro hacia el jardín, empujando a toda la gente que me cruce en el camino. Mi vestido blanco se engancha con las púas que dividen el jardín y este se rasga, volviéndolo mucho más corto de lo que era. Mi bello aspecto ahora parece de película de terror, con maquillaje corrido y manchas de lágrimas en el rostro.

Sigo corriendo, no puedo parar, noto como Caos se detiene repentinamente y deja lo que estaba haciendo para girarse a mirarme, sus ojos me ven cargados de lo que parece ser miedo, curiosidad y a la vez el sentimiento que más detesto que sienta por mi...

culpa.

—¿Eris?, ¿Que...?

No logra formular la siguiente palabras ya que paso a su lado como un rayo en plena tormenta.

—¡¡Bastian!!—grito lo más fuerte que puedo. La gente me mira como si estuviera loca.—¡¡Bastian maldita sea no lo hagas!!

Y en eso, veo al antes nombrado, salir del bosque helado, con un cuerpo sin vida en el hombro y un arco roto en la mano.

Mi mundo se fractura en ese mismo instante, no puedo respirar, el aire se ha comprimido en mis pulmones y las lagrimas se atascan al querer salir.
El terror, el pánico, la desesperación y la importancia se potencian todo en uno en mi cuerpo. De por si ya no se cómo respirar.

—¡¡No!!—Un grito desgarrador es lo único que sale de mis labios, me arde la garganta, pero no me importa.

Mis lágrimas inundan mi rostro sin parar, me siento mareada, mis piernas fallan y caigo al suelo golpeando mis rodillas con el frío césped a penas mojado.

—Esto no es verdad... ¡Por favor díganme que no es verdad!—suplico al aire mientras el dolor crece en mi interior, como si me encontrara nadando en ácido, consumiendo mi piel a cada movimiento que doy. Me veo a mi misma, me voy llorar, me voy golpear el césped con fuerza, arañar mis piernas sin piedad, en el inútil intento de parar el dolor que siento por dentro, pero nada funciona, porque la quemadura se encuentra tan dentro que es imposible que deje de arder.

Lo perdí... Perdí al niño, murió por nada... Murió por mí por mi insensatez.

"Empiezo a pensar que le gusta ignorarme..."

Las frases que decía, cada momento a su lado, su sonrisa mientras bailábamos, lo contento que estaba cuando entró a ese baile, todos sus recuerdos, su voz y su cuerpo tirado sin vida, me consume, me está volviendo loca.
Se reproduce cada recuerdo, cada escena y cada palabra, una sobre otra en mi mente, pero no es suficiente, no basta y no bastará jamás.

—Haru... Háblame, ¡por favor no me dejes!—intento correr hacia su cuerpo pero Víctor y otro soldado me detienen, no me dejan acercarme al niño, no me dejan ver a mi hermano.—¡Suéltenme!, ¡Suéltenme ahora!, ¡por favor solo quiero verlo!

Cada palabra que digo se ve afectada por las lágrimas y los mocos en mi nariz.

—Confíe en ti—murmuro mirando fijamente al asesino, al chico que lanza el arco roto de mi hermano a los pies del rey, que se ríe de mi a la lejanía. Veo a los soldados llevarse el cuerpo lejos de mi. —¡Era tu amigo!, ¡hijo de puta!
¡Mírame a la cara!, Mírame a los ojos y dime qué no sentiste nada!—el dolor y la ira se complementan en mi cuerpo y la adrenalina comienza a subir.

Me juré a mi misma que no amaría a alguien a tal punto de depender de él, me dije una y mil veces que el amor es una debilidad, que no debía dejarlo entrar, pero es que ese amor llegó de forma inesperada, sin aviso.

y se que jamás volverá a ser igual.

La ira llega, un momento en que todo se nubla y otra versión de mi aparece, solo que nunca había sentido tanta cólera en mí, no me creí capaz de ser de esta forma.

Me levanto de dónde me había caído y camino hacia el castillo, humillada, lastimada, siendo la peor escoria del reino.

—Felicidades Eris, eres oficialmente un alfil—exclama Frederick con la risa burlona que lo caracteriza, todo el reino acompaña su festejo, burlándose de mí como si fuera un mono de circo.

Al pasar por al lado del rey, me arrodillo frente a él, haciendo que todos rían aún más, pensando quizá, que la pobre reina arruinada no tiene a nadie más y está tan desesperada que debe suplicar por perdón. Sin embargo, no me he inclinado por devoción al asesino, si no por el arco roto de Haru. Es ahí, cuando tomo una flecha y en un arranque de ira la clavo directo al cuello del rey de alfiles.

Los Juegos De ErisWhere stories live. Discover now