Capítulo 15. El baile de invierno (parte 2)

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El salón del baile era más grande que el de Pyroxene, de hecho, era ridículamente inmenso. Una gigantesca lámpara de araña iluminaba toda la sala desde arriba, y había una ingente cantidad de columnas corintias circunvalando la sala cerca de los ventanales que dejaban a la vista las estrellas desde el interior. En el suelo, justo en el centro, las losas cambiaban de color y formaban la figura de una enorme rosa blanca. Varias parejas bailaban encima de la rosa.

Al entrar y comenzar a bajar las finas escaleras de mármol para unirse al resto de invitados, Vil notó las miradas posarse en ellos dos. Sabía que en el extremo opuesto se encontraba la familia real, todos sentados en elegantes sillas y observándole fijamente, pero el rubio se obligó a sí mismo a no dirigir la vista a esa zona. Cualquiera que conociera a Noel sería capaz de percibir el parecido entre él y Vil, y el príncipe no estaba seguro de si quería o temía que los reyes o alguno de sus hijos lo notase, a pesar de que estar asustado por algo como esto no fuese propio de él ni de su título como príncipe heredero de la noble Tierra de Pyroxene.

Cuando unos sirvientes acudieron a retirarles las capas a Vil y Leona para guardarlas en el guardarropa a buen recaudo, el omega no se sintió mejor ni liberado. El discreto y sencillo collar de oro que en un principio le había parecido apropiado para la ocasión ahora le hacía sentir desnudo, porque su cuello se encontraba al descubierto y la marca de su unión con el león estaba a la vista de todo el mundo. Ese había sido el objetivo, por supuesto, pero el rubio no conseguía acostumbrarse a soportar las miradas curiosas y sorprendidas, no sobre él por su belleza, sino sobre su cuello, sobre su marca.

Ya nadie le miraba a él como cuando bajaban las escaleras, ahora miraban el resultado de aquella noche que Vil ni siquiera recordaba, la muestra de que había dejado de ser alguien libre para convertirse en una pertenencia. El menor detestaba ese pensamiento, sin embargo, era consciente de que así era como lo veía mucha de esa gente, como el premio de un gran alfa. Necesitaba una copa. Por lo que se acercó a un camarero que sostenía una bandeja con champán y cogió dos copas para entregarle una a su esposo.

-¿Estás seguro de que debes beber? -cuestionó el moreno, dando un sorbo a su bebida.

-Tengo una tolerancia al alcohol muy alta, no me preocupa emborracharme.

-Es la primera vez que conozco a un omega al que no le afecta el alcohol.

-Hay que tener en cuenta que tampoco es que conozcas a muchos omegas -replicó Vil antes de darle un trago a su copa-. Tendrías que dejar de juzgar a los omegas por estereotipos anticuados y generalizaciones, querido.

-Y tú, cariño, podrías dejar de mirarnos a los alfas por encima del hombro como si fueras mejor que nosotros. -Vil sonrió.

-Oh, no es que me crea mejor que vosotros, es que lo soy, encanto.

Leona abrió la boca para responder de vuelta, pero fue interrumpido por un joven que se agarró al brazo del príncipe. El chico aparentaba una edad cercana a la de ambos y llevaba un elegante vestido rojo de manga larga. Sus cabellos anaranjados estaban perfectamente arreglados, y su maquillaje era impecable. Alguien así solo podía ser de Pyroxene.

-¡Alteza, cuánto me alegro de veros esta noche! -exclamó el recién llegado-. No sabía que veníais.

-No vengo en condición de príncipe me temo, Lord Cater -contestó el rubio con su siempre sosegada voz que empleaba en actos públicos-, sino como acompañante. Mi esposo fue invitado e insistió en que acudiese con él.

-Oh, por supuesto, casi obvio que vestís de dorado hoy. Me enteré de la boda, siento muchísimo no haber podido asistir. Me dijeron que fue una ceremonia preciosa.

Eres mi Alfa y mi Omega [LeoVil || Twisted Wonderland]Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt