Capítulo 31. Omegas y alfas

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Vil estaba sentado en la mecedora con los pies subidos al asiento mientras acariciaba su vientre con ternura. En la mesa descansaban un plato con algunas migajas de pan y una taza de té medio vacía. Lilia lo había hecho aparecer de la nada y se lo había dejado antes de retirarse, el príncipe ni siquiera había querido cuestionar de dónde lo había sacado, sabía mejor que nadie que no podía permitirse desatender su salud en su estado. Era cuestión de tiempo que el pequeño comenzase a revolverse al no notar la presencia de Leona, por lo que lo menos que Vil podía hacer era mantenerse sano y bien alimentado mientras no pudiera regresar a casa.

No le gustaba la idea de tener que enfrentar a Malleus de nuevo, su primer encuentro había sido desagradable como mínimo, y debía admitir que todavía se mostraba un poco escéptico respecto al hechizo de protección que le había impuesto Lilia, le costaba creer que de veras existiesen aún usuarios de magia primitiva. Hacía siglos que la tierra se había secado de magia y ahora solo quedaban retazos de ella a los que no todo el mundo tenía acceso, por lo que la idea de una porción de tierra llena de la magia de antaño le sonaba a cuento de hadas. Aunque, teniendo en cuenta las historias de que el Valle de Espinas estaba habitado por hadas, quizá no fuera tan imposible como sonaba.

No se arrepentía de su decisión de seguir a Silver, no podía permitirse el arrepentimiento o acabaría sumido en la desesperación más plena. Tenía que obligarse a creer que sería capaz de razonar con Malleus y hacerle ver que lo que él quería no era factible. Vil era muy consciente de que intentar que un alfa cambiase de opinión era una de las misiones más difíciles que podían encomendarle, pero no iba a dejar que su determinación vacilase, se negaba a darle semejante satisfacción a ese hombre.

Malleus, igual que muchos otros alfas antes que él, solo veía al rubio como un premio, un objeto bonito con el que decorar su castillo y cuya única razón de ser era engendrar a tantos vástagos como Malleus desease. Pero Leona no era así, Leona le veía como a un ser humano, con sus virtudes y sus defectos, sus objetivos y sus temores. Tal vez en un principio el león hubiese tenido una imagen de los omegas cargada de prejuicios, pero había sido capaz de aprender sobre la realidad que vivían los omegas y comprenderlos un poco mejor. Leona era un idiota, pero también era cariñoso y abierto de mente, y eso era lo que a Vil le gustaba tanto de él.

No cabía duda, Leona era la pareja destinada de Vil, el alfa que el destino le había puesto en su camino para que compartieran su futuro juntos. Vil había tardado demasiado tiempo en entender eso, y no iba a permitir que nadie le arrebatase de Leona ahora, ni siquiera los afilados dientes de Malleus.

Hablando del diablo, la puerta de la habitación se abrió de golpe y Malleus entró. Su paso era firme, sus ojos fieros, su altura imponente, aunque no lo sería tanto de no ser por sus cuernos. Si Vil tuviera unos buenos zapatos de tacón a mano, le miraría por encima del hombro. Literalmente.

Vil le observó de reojo y en seguida desvió la mirada a la ventana, no era como si hubiera nada interesante que ver porque la niebla ocultaba todo más allá de los muros del palacio, pero era mejor que darle a Malleus la satisfacción de que reconocía su presencia. Vil sabía que una de las cosas que no podían tolerar los orgullosos alfas era ser ignorados, e ignorar alfas era uno de los múltiples talentos del joven príncipe.

Era consciente de que había decidido no emplear la misma técnica que usó con Leona durante sus primeros meses de matrimonio, pero la necesidad de demostrarle al alfa que su presencia le era indiferente era superior a él. Nadie tenía que decirle que no obtendría resultados ignorándole, pero tampoco perdía nada por hacerlo una vez.

-¿No vais a mirarme siquiera? -inquirió Malleus.

-No es una de mis prioridades en estos momentos, no.

Eres mi Alfa y mi Omega [LeoVil || Twisted Wonderland]Where stories live. Discover now