Capítulo IX

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Oliver terminó por cambiarse de ropa y después se quedó viendo su portátil, hasta que tuvo el valor de encenderlo y revisar sus mensajes.

Cat: Quiero que me contactes siempre que lo necesites.

Yo te responderé en cuanto pueda. ¿Vale?

Solo prométeme que no te harás daño de nuevo, por favor.

Al ver el emoji llorando que le había enviado, Oliver se preguntó si Cat había llegado a llorar por lo que había hecho. Se le hacía imposible imaginar que alguien pudiera llorar por él.

Apenas yo: Ok.

***

Finalmente llegó el día en que Oliver inició una caminata hacía la única luz de esperanza. Iba a encontrarse con Cat, aquella persona que decía quererle y preocuparse por él. De ella esperaba recibir ese calor humano que las personas tanto mencionaban, pero el que él no comprendía en lo absoluto.

Se habían citado en un jardín inmenso que se localizaba en La Massana. A través del verde del césped, ahora cubierto por una capa fina de nieve, había múltiples caminos de asfalto, perfectos para los ciclistas y para niños que pretendían jugar sin ser incordiados por los peligrosos vehículos. Además, también tenía un campo a parte con rampas para que los chavales patinaran y espacios de terreno arenoso en donde había varios juguetes, tales como toboganes y columpios.

Oliver ocupó uno de los bancos, alejado del centro del parque en donde había una cafetería, de allí procedían las voces de personas ajenas a su existencia. Su corazón se agitaba muy ansioso. No podía quedarse en la misma posición por más de dos segundos. Una explosión de calor provenía de por debajo de sus ropas, por lo que se ajustó el collarín de su abrigo polar y volvió a abrigar sus manos en el interior de los bolsillos. Sus ojos se movían en todas direcciones, buscando aquella persona que le aparecería para otorgarle una luz de esperanza.

Por un instante, pensó que Alexa volvería a aparecer para torturarle con sus comentarios, manifestando odio en sus ojos azules, pero su presencia no le visitó en aquella ocasión. Lo que le hacía que se sintiera más nervioso era el hecho de no poseer un reloj para saber cuánto tiempo había pasado desde que había llegado. Era tan grande su estado de nervios, que se dispuso a contar los segundos en su cabeza, en un intento por aligerar la espera.

Ante sus atentos ojos verdes, un niño pasó en bicicleta, se detuvo a un metro de él y volteó para verlo. Oliver no le miró, pero podía sentir su enorme curiosidad clavada en él, lo que le hizo sentirse incómodo. Por fin, giró el rostro y cruzó los brazos, en la esperanza de que el niño pudiera entender el mensaje.

—¡Cristián, nos vamos!

Para su suerte, se escuchó una voz femenina en la lejanía y entonces la bicicleta volvió a ponerse en movimiento.

A Oliver le agradaba aquel lugar porque en aquella época del año no pasaba casi nadie. Era por esa misma razón que se había citado allí con ella. Quería que aquel encuentro fuera lo más íntimo posible, porque la existencia de las personas le privaría de poder hablar; aunque dudaba que lograra hacerlo de todos modos.

Para cuando quiso darse cuenta, había perdido la cuenta de los segundos que habían transcurrido desde que estaba allí sentado. Víctima de los nervios, apoyó las manos sobre las rodillas y después volvió a cruzar los brazos; y así estuvo todo el rato, cambiando de posición.

De repente, pequeños copitos de nieve comenzaron a descender con pereza ante sus ojos. Los minutos seguían manifestándose, pero no había cualquier señal de Cat, ni nadie se acercaba a él. Había estado tanto tiempo allí sentado, que comenzó a sentir el frío del invierno traspasando su ropa, pero no se alzó, porque sintió que eso significaría que se había rendido. Que había asumido que Cat no iba a aparecer, ni nunca había tenido la intención de hacerlo. Apretó las manos en el interior de los bolsillos, tratando de no temblar.

Por favor, mátame o ayúdame [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora