Capítulo XXIII

31 6 17
                                    

—Ya está aquí, espera solo un segundo —le informó Abby y salió de la estancia.

Oliver pensó que se demoraría, pero no fue así. Al regresar, trajo en sus brazos a un felino naranja de grandes y afables ojos de un azul intenso.

—Oliver, te presento a Garfield, el gato más adorable del mundo, —le dio un beso en la cabecita de pelo corto y luego pegó la mejilla a la suya, y al contrario que la mayoría de los gatos, Garfield no intentó huir ni se quejó, por lo contrario, cerró los ojos al mismo tiempo que ronroneaba tan fuerte como una locomotora —y ronronea tan fuerte que a veces no me deja dormir.

La risa de Abby armonizaba con el ronroneo del felino, y la imagen de los dos, apegados el uno al otro, causó en Oliver una pizca de celos. Había sido testigo de otros abrazos, pero nunca había presenciado un amor tan real como el que ambos sentían el uno por el otro.

—Garfield, ve a saludar a ese chico tan adorable que nos está mirando.

En cuanto Abby puso el gato en el suelo, Oliver se puso un tanto nervioso. Nunca había tenido una mascota ni se había atrevido a tocar a ningún animal.

Por lo contrario, Garfield caminó tranquilo, deteniéndose para olfatear durante un breve instante, reconociendo el lugar, pero en cuanto se topó con los zapatos del desconocido los olió con mayor énfasis.

—Tranquilo, no hace nada —le aseguró Abby cuando el gato se apoyó con las patas delanteras en las piernas de Oliver, empeñado en olerle, causando que el chico estremeciera.

Oliver no perdía de vista al animal, sentía que en cualquier momento le lanzaría un zarpazo y le gruñería en señal de desprecio.

Cuando Garfield saltó de repente, Oliver se llevó los brazos a la cara, defendiéndose del ataque que había predicho, pero poco después los bajó un poco y se encontró con el gato sentado en su regazo, mirándole con ojos llenos de afecto y ronroneando sin descanso. Después, abrió la boca en un grande bostezo, y muy ajeno al miedo que sus dientes le habían causado al humano, dio una vuelta sobre sí y se hizo bola, listo para echarse una cabezadita.

—Oliver, puedes bajar los brazos, no te va hacer daño. De hecho, le has gustado tanto que te ha confundido con un cojín —le dijo Abby, observando la escena con ternura.

Hecho bola el gato parecía inofensivo, pero Oliver no se sacaba de la cabeza la idea de que en cuanto bajara los brazos, el animal se lanzaría contra su cara empuñando sus garras y dientes, por esa razón bajó los brazos con lentitud, mientras que el felino ya dormitaba completamente a gusto en aquella cama cálida.

El ambiente se cubrió de silencio, dejando al margen el sonido de la ciudad.

Oliver permanecía quieto, procurando no molestar al felino que dormía tan plácidamente. Al principio, tras sentirse cómodo en el regazo del muchacho, Garfield había comenzado a ronronear fuerte, pero conforme el sueño fue consumiendo su consciencia, el sonido de la felicidad se había yendo disipando, dejando al muchacho atento a la calidez que le era transmitida. Era la primera vez que un animal se echaba en su regazo. Él era apenas un desconocido, pero Garfield había actuado con confianza.

Abby no quería romper la calma que la presencia de su querido amigo de cuatro patas había generado. Se sentía satisfecha de ver que Oliver se fijaba únicamente en el animal y que por ello mantenía al margen los pensamientos que siempre lograban sembrar oscuridad en sus ojos, pero no pudo evitar soltar una pequeña carcajada al ver lo rigído que estaba Oliver, y todo porque no quería incomodar a Garfield.

—Tranquilo, mi querido amigo es de sueño pesado, no se despertará tan solo porque te muevas un poco. Puedes tocarle si quieres —comentó con suavidad, viendo con ternura la cálida escena —A él le encantan las caricias, especialmente en el lomo.

Por favor, mátame o ayúdame [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora