Capítulo XXXVI

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—Buenas noches, cariño.

En cuanto escuchó la puerta de entrada abriéndose, la mujer fue a darle a su marido un beso, pero el cálido recibimiento fue destrozado por la aparición de una hija bastante furiosa.

Sara se plantó frente a su padre con la cara roja del enfado, cosa que le impresionó. Nunca en su vida había visto a su hija tan alterada.

—¡¿Cómo has podido hacerle daño a Oliver?! —le gritó, sacudiendo los puños en el aire. Si no fuera su padre, ya le habría daño un puñetazo en toda la cara, y eso que a ella no le gustaba para nada la violencia —¡Te dije que no fueras verlo, pero lo hiciste! ¡Le has pegado!

—Cariño, escucha —trató de agarrarla por los brazos, pero Sara se echó para atrás y levantó las manos, advirtiéndole que no estaba de humor —Es cierto que fui a ver a tu hermano, pero solo lo hice para decirle que cuando cumpliera los dieciocho años se viniera a vivir con nosotros, pero me habló de mala manera.

—¿Y cómo querías que te hablara? Has pasado de él toda la vida. Si yo fuera él, te aseguro que te habría insultado la peor manera.

—Hija, no lo entiendes —era evidente que no estaba para nada contento de no recibir su apoyo —Aunque me pese decirlo, Oliver es una mala persona, y no lo digo solo por lo que le hizo a ese chico... Cariño —la miró con tristeza —Le hablé de lo que sentías por él y que incluso habías llorado por él, ¿y sabes qué me dijo? Que te deseaba lo peor. Él quiere que seas infeliz.

Aquella revelación le quebró el corazón a Sara, pero, aún con semejante peso en el alma, negó con la cabeza y miró a su padre con tristeza.

—Papá, estoy segura de que Oliver no estaba hablando en serio... Si dijo eso, es solo porque quería hacerte daño, porque tú... Has estado haciéndole daño toda su vida. ¿Es que no lo ves?

—Sara, tú no lo conoces —negó con la cabeza, convencido de que él estaba en lo correcto al juzgar así a Oliver.

—¿Y tú sí? —una sonrisa irónica le pesó en los labios —¿Hace cuánto que no lo veías? ¿Cuándo fue la última vez que hablaste con él?

—No necesito verlo, ni hablar más con él. La maldad es explícita es su mirada. La ha heredado de su madre y se ha criado con su tía.

No valía la pena insistir. Su padre se negaba a dar el brazo a torcer. Era evidente que se negaba a tener a Oliver presente en su vida. Hablaba de él como si fuera un error, y a Sara le dolía escucharle.

—Papá, no me importa lo que digas ni pensas, solo te voy a pedir. No, a exigir, que dejes a Oliver en paz. No quiero que vuelves a acercarte a él, porque, es evidente que no le quieres, y yo, no quiero que le sigas haciendo daño.

En cuanto las lágrimas resbalaron por las mejillas de Sara, Jorge quiero acercarse y limpiarse, pero ella alzó la mano, prohibiéndole que la tocara.

—Hija, no se trata de que no le quiera. Te acabo de decir que le invité a vivir con nosotros, si no le quisiera, no se habría pasado semejante idea por la cabeza.

Sara notó desesperación en su voz, pero no porque estuviera afligido por el trato que le había dirigido Oliver. Era solo por ella. No quería perderla, y era por esa misma razón que había tratado de traer a su hermano a su casa.

—Papá, sé que solo lo hiciste por mí, porque sabías que me haría feliz, pero, ¿sabes qué? Oliver no es un mueble que has dejado por años guardado en un almacén. Él es un ser humano, es tu hijo,  pero tú...

Ni siquiera se molestó en completar la frase, no valía la pena. Su padre seguiría debiéndose con las mismas excusas. Nunca admitiría ante ella que no tenía ningún aprecio por Oliver, aunque era tan evidente en su mirada.

Por favor, mátame o ayúdame [Completa]Onde histórias criam vida. Descubra agora