Capítulo XL

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Tras haberse despedido de Margo, la que les dijo que tenía cosas que hacer — aunque era evidente que se iba para no suponer un incómodo para Oliver — ambos se abrigaron en el coche de Abby, donde ésta le animó a abrir los regalos.

Conforme iba descubriendo cada regalo, Oliver metía los trozos de papel en una de las bolsas. Los regalos consistían de dulces, peluches de distintos animales, todos pequeños, una bufanda azul marino, otra blanca, otra negra con rayas blancas, y para cada par había una bufanda que combinaba con cada una de los guantes, y también habían gorras para cada conjunto. Había también una novela de romance, que según Abby, era el favorito de Margo, y para finalizar, un abrigo polar de un bonito azul cielo que tenía pelos en el borde de la capucha, que hizo que Oliver se sintiera mal. De entre todos aquellos regalos, estaba seguro de que ese abrigo era lo más caro de todos. O eso habría pensado, de no ser porque había nota pegada en un único bolsillo que había a la altura del pecho, que decía:

No te sientas mal al recibir este abrigo. Era de mi hermano, y como ya no lo quería, pensé en ti de inmediato. Apenas lo ha usado un par de veces porque es muy tiquismiquis, espero que te guste.

PD: Estoy segura de que te quedará mil veces mejor, porque tú tienes unos ojazos verdes, que según Abby, son una obra de arte.

—¿Abby, en verdad crees que mis ojos son una obra de arte?

El rostro de Abby se encendió de inmediato.

—Cielos, no puedo creer que Margo te escribiera eso. Es una traidora —a pesar de la vergüenza que sentía, no pudo evitar reírse, antes de mirar a Oliver con timidez —Pues sí. Tus ojos son una auténtica obra de arte.

No era la primera vez que Abby le hablaba bien de sus ojos, y aunque seguía sin convencerse de que fueran realmente algo digno de elogiar, se sintió bien. Era ciertamente agradable que alguien se dignara a decirle algo bonito, y viniendo de Abby, era todavía mejor.

—Gracias, Abby —se acercó a ella y la estrechó con fuerza —Gracias por todo.

—No hay de qué —Abby no podía sonar más feliz —Haré de todo con tal de verte bien, Oliver. En verdad lo haré.

Sin despergarse todavía, Oliver se limitó a asentir y cerró los ojos por un momento, disfrutando de aquel contacto.

—Pero, hay que ver lo tanto que ha exagerado Margo —se rió, separándose para poder echar otro vistazo al montón de dulces que le había obsequiado a Oliver —Está loca si cree que vas a comerte todo eso. ¿Acaso quiere que te diabetes?

—Sí, realmente es demasiado, —tuvo que admitir y tomó del montón una pequeña caja de chocolatinas —pero, podemos comerlos entre tú, yo, ella, e incluso... podrías darle a tus padres —lo último lo dijo con un deje de dolor en la voz.

—¿En serio? —depositó una mano en su mejilla izquierda y le sonrió de todo corazón —Muchas gracias, Oliver. Estoy segura de que mis padres se podrán muy felices.

Asintió, y distraídamente se puso a apretujarle las mejillas a un peluches de gato de pelaje blanco muy suave. Tenía los ojos brillante y muy azules, y aunque Oliver no era precisamente un amante de los peluches, no podía negar que le habían gustado, especialmente aquel gatito.

—No sé si quiero llevarme los regalos a la casa de mi tía —admitió Oliver, dejando el gatito en el banco trasero junto a los demás.

A Abby le dolió que no se refiriera a aquella casa como a su hogar, y también le dolió que eso no la extrañara. Apenas había visto a su tía una vez, pero había sido más que suficiente para adivinar lo que sentía por su sobrino.

Por favor, mátame o ayúdame [Completa]Où les histoires vivent. Découvrez maintenant