Capítulo XVIII

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—Ese olor tan agradable proviene del manjar que yo te preparé.

Sus miradas se cruzaron cuando Abby decidió tomar la mano de Oliver de nuevo, obsequiándole un agradable apretón, de esa forma relajando la línea recta que se había formado en sus labios.

—Y bueno, siguiendo este corto pasillo —le indicó Abby —Está el baño— señaló la puerta —y aquí está mi habitación.

Tras abrir la puerta color ocre, se depararon con otro espacio pulcro y ordenado, qué tenía una cama cubierta por un cobertor con un estampado de Garfield, y el Garfield de Abby, estaba durmiendo encima.

En el suelo, causando cierto desorden, había un plato sucio con restos de comida, un paquete vacío de patatas fritas y trozos de pizza sin terminar. Al lado de ese pequeño desastre, estaba la mesilla de noche, en donde había apenas una lamparita de noche con dos ositos de peluche abrazándose; la campana de tejido y con encajes. Las puertas grandes del armario empotrado ocupaban la mayor parte de la pared izquierda de la habitación, y por último, había una cómoda que tenía encima una familia de gatos de peluche de diferentes colores y tamaños.

—Bueno, no es solo mi habitación —se corrigió Abby —También la ocupa este tío vago que no hace nada más que comer y dormir —se refirió al felino vago.

Abby comenzó a reírse, pero se calló de golpe cuando, de repente, Oliver depositó su mano sobre la pequeña cabeza del animal y comenzó a acariciarle.

Aquella inesperada acción la hizo sonreír, especialmente porque Oliver tenía la mirada de un niño en alquier momento.

Hasta que, en un momento dado, sus miradas se encontraron, y él la alejó y se mostró cohibido, al mismo tiempo que alejaba la mano de Garfield.

—Puedes acariciarle cuanto quieras, Oliver.

El ambiente estaba silencio y lo único que lo rompía eran sus respiraciones y el sonido suave de las calefacciones a gasoil.

A lo largo de su vida, Oliver había tenido muchos momentos como aquel, en donde se deparaba alojado en la absoluta soledad de su habitación. Lq mayoría de veces, todo le resultaba tedioso, y por ello se dedicaba a observar su habitación, la que nunca sufría cambios, excepto por la presencia de las ropas cambiantes colgadas en el perchero o algún de embase de plástico sobre la mesilla de noche.

Tampoco se deparaba con que la cosa cambiara en el exterior que veía a través de su ventana, desde donde no podía apreciar más que un cúmulo de tierra y vegetación, que iba hasta más arriba de su ventana y le hacía permanecer en constante sombra.

Sin embargo, aunque a veces tenía la sensación de estar encerrado en una prisión, Oliver sabía que tenía más de lo que se merecía.

—Mira, Oliver, el dormilón ya abrió los ojos —le comentó Abby, dándole tirones suaves a la manga de su polar que le hicieron salir de su ensoñación.

El felino les observó con pereza y estiró las patas de delante, al tiempo que abría la boca en un amplio bostezo que exhibió sus colmillos puntiagudos.

Abby no pudo evitar bostezar también. La pereza era contagiosa.

—Garfield, no me pegues tu pereza — bromeó su dueña, acariciándole el cuello.

Garfield se estiró y se dio su tiempo en sentarse. Después soltó otro bostezo, miró a ambos y saltó de la cama. Echó una mirada a su plato vació y como vio que no había alimento, pero tampoco es que tuviera mucha hambre, se rozó por las piernas de Oliver, demandando que lo acariciara.

—Garfield, no seas pesado —le riñó Abby en broma.

Por su parte, Oliver no pudo resistirse a tanta ternura ni a los ronroneos ruidosos, así que le acarició la cabeza con la punta de los dedos. Fueron unas caricias tan simples, que Garfield no se dio por satisfecho y por ello le empujó la mano con la cabeza, pidiéndole que lo hiciera mejor.

Por favor, mátame o ayúdame [Completa]Where stories live. Discover now