Capítulo XXII

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—Más tarde iré a comprar una crepa de chocolate o cualquier otro postre que prefieras, ¿sí? —propuso Abby, dándole caricias en el hombro derecho.

—Yo pagaré —respondió Oliver de inmediato, incapaz de seguir aceptando que ella pagara por todo.

—Yo quería invitarte, pero esta vez no insistiré, porque sé lo que se siente —aceptó sin poner pegas—pero yo pagaré mi consumición.

—Lo siento —las palabras se rompieron en la garganta de Oliver —lo siento —pronunció con dificultad, ahogándose bajo un torrente de lágrimas que no puedo guardarse.

—Oliver, tranquilo, no tienes que disculparte por nada —le resultaba difícil mantenerse tranquila al presenciar tan inmenso dolor cautivo en una sola mirada.

—No —ella trató de consolarlo, como otras tantas veces, sin embargo, en esa ocasión retrocedió, negando con la cabeza —No debo llorar...

—Claro que sí, Oliver. Llorar es un grande remedio para el dolor. Llora tanto cuanto necesites —intentó tocarle una vez más, pero él volvió a alejarse, mientras trataba de librarse de las lágrimas con las manos temblorosas.

—No, yo no lo merezco. No merezco llorar —su madre surgió en su mente, atormentada, mientras que él, con afán, trataba de safarse de aquella crisis de llanto —No puedo hacerlo.

Alexa y su hermano aparecieron después.

—¿Por qué dices eso? —le preguntó, mirándole con toda atención y conteniéndose para no darle un apretado abrazo.

—Yo... —agitó la cabeza.

Se negaba a hablarle a Abby sobre su madre, el mayor peso que cargaba su consciencia, ni tampoco mencionaría la quemadura.

En su crisis, la imagen de aquella tarde en el puente de Escaldes surgió en su mente. El día en que le había confesado a Abby acerca de su maldad.

—No tienes que decírmelo, Oliver —Abby decidió por fin acercarse para darle un abrazo —Si te hace daño, no tienes que hablarme sobre ello porque lo que menos quiero es verte sufriendo, pero quiero que sepas que siempre estaré dispuesta a escucharte, no importa cuánto tiempo necesites, yo estaré siempre para ti.

Oliver recostó la cabeza sobre su hombro, dejando que las lágrimas se deslizaran en un flujo interminable.

—Gracias, Abby —la apretó más contra sí, incapaz de obviar el recelo que le producía hablar.

—Oliver, yo estoy encantada de ayudarte, sobre todo de escucharte hablar —envolvió sus hombros y se separó un poco para mirarle a los ojos.

La sonrisa de Abby se ensanchó ante el asentimiento dudoso de Oliver.

—Oliver, ¿te gustan las películas de Disney? Porque estaba pensando en que podríamos ver alguna. Y si no es Disney puede ser cualquier otra que desees, aunque te aviso que no soy amante de las de terror.

—Tampoco me gustan —confesó casi en un susurro.

—Oliver —ladeó el rostro, buscando aquella mirada que tanto insistía en permanecer distante—Habla sin temor, no te preocupes por tu voz, no tiene nada de malo. A mí me gusta, de verdad.

Oliver asintió, aunque sin confianza. No se veía capaz de hablar con naturalidad, sonreír, ni reír. Eso era imposible para él. El solo pensamiento de trazar una sonrisa, invocaba el rostro amargado de su madre, Alexa y su hermano. No tenía ese derecho.

—¿Y bien? —cuestionó Abby ante su abrupto silencio —¿Te gustan las películas de Disney?

Oliver pestañeó, saliendo de sus pensares.

Por favor, mátame o ayúdame [Completa]Where stories live. Discover now