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Cuando a Moon Daehyun, con la ayuda de Minki y Jaebyu, lo sentaron con mucho cuidado en una silla de ruedas, todavía percibía la mitad de su cuerpo dormido y paralizado. Sentía la cabeza pesada y algo aturdida, mientras lo sacaban del cuarto individual que se asemejaba demasiado a la habitación en la que estuvo hacía dos años. Luego lo movilizaron por un pasillo con luces muy brillantes hasta que llegaron a unas puertas abatibles que tenían un cartel sobre ellas.

Unidad de Cuidados Intensivos Neonatales

Daehyun se colocó el audífono con ayuda de Minki y lo encendió con dedos temblorosos, de pronto se le hizo pesado respirar. Las manos de Jaebyu eran amables sobre sus hombros cuando finalmente se detuvieron frente a un cuarto cuya pared divisoria era de vidrio. Dentro se podía divisar una docena de incubadoras, aunque menos de la mitad de ellas estaban ocupadas. Y dándole la espalda, estaba Sungguk inclinado sobre una.

—Sungguk —musitó Dae estirando el brazo.

Jaebyu reapareció a los segundos con una bata plástica color rosa y un gorro, que colocó en Daehyun con mucho cuidado.

—No te asustes —le recordó—. Él está bien, Osito solo está en observación.

El segundo par de puertas se cerró tras ellos al ingresar a la habitación, y Minki se quedó en el pasillo observando la escena con las manos apoyadas en el vidrio.

Las luces del cuarto eran tenues y cálidas, no había ninguna ventana. Las máquinas sonaban casi de manera rítmica marcando los latidos de unos corazones tan pequeños como una moneda.

Unas enfermeras, de uniformes también rosados, monitoreaban a uno de los recién nacidos. Y en medio de todo eso, Sungguk se volteó a mirarlo.

Tenía la mitad del rostro cubierto por una mascarilla y el cabello recogido con un gorro, sus ojos parecían cansados aunque brillantes, las esquinas de ellos se curvaban al sonreír. Uno de sus brazos estaba dentro de la incubadora y no llevaba guantes. Y aferrado a uno de los dedos de Sungguk, apareció la mano más pequeña que Moon Daehyun había visto en su vida.

Era la de su hijo.

—Dae, te presento a Osito.

El pequeño tenía los párpados cerrados bordeados por pestañas cortas y delgadas, sus ojos coronados por cejas poco pobladas hacían juego con la nariz consentida y la boca fruncida. De pronto, sus ojos se abrieron dejando entrever un iris brillante al que se le reflejaban las luces bajas del cuarto.

Eran ojitos brillantes e inocentes. Eran...

—Ojitos de Sungguk —susurró Dae.

Eran los mismos ojos bonitos que observó encerrado en aquel ático. Eran, para Dae, el significado del final de una vida de diecinueve años. Por eso, cuando Dae también metió el brazo en la incubadora para tocar el estómago desnudo de Osito, y el puño regordete del bebé soltó el dedo de Sungguk para aferrarse al suyo, Dae supo que así también se sentía la felicidad.

Porque esa sensación era el significado de bonito.

Era la belleza de la vida.

Su todo.

Su todo

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Still with you/me (Novela)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora