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El llanto cerraba su garganta. Sus músculos temblaban tanto que Dae tuvo que abrazarse, mientras los labios de Taeyang todavía recorrían los suyos. Nada de eso se sentía bonito.

Él no quería eso.

No quería nada de eso. No quería.

No quería.

No quería.

Por favor, no.

Con la respiración atascada en los pulmones, logró colocar los brazos entre ambos y lo empujó con todas sus fuerzas. Se golpeó en la boca con el puño de su profesor cuando este cayó en su asiento y se estrelló contra la puerta. Su boca supo a metal.

A error.

Dae tenía frío. Sus músculos no dejaban de temblar. Se inclinó sobre el asiento queriendo esconderse.

—No quiero... no quiero, por favor, no quiero esto... no lo quiero, no lo quiero.

Luego le suplicó que lo dejase bajar, Taeyang le hizo caso. Algo sorprendido, observó a Daehyun arrastrarse fuera del coche y caer de rodillas en la vereda. Su pie se había enganchado con una parte del asiento. Tiró desesperado para desengancharse.

—Tranquilo —pidió Taeyang, moviéndose hacia adelante. Quiso tocar a Daehyun tal vez para ayudarlo.

Pero Dae luchó tirando de su pierna.

El murmullo de alguien era insoportable. Era su propia voz.

Dae logró soltarse quitándose el zapato. Se arrastró por la vereda hacia las escaleras que iban hacia su edificio. Subió un peldaño y se derrumbó, afirmándose la cabeza con las manos. Lloró jalándose el cabello en un ataque de pánico tan abrumador como terrible.

Intentó respirar.

Escuchó que Taeyang se bajaba del coche e iba hacia él.

—Vete, vete, vete.

—Dae, yo...

—No, no, no, no... vete... vete...

De pronto, una tercera voz interfirió en la conversación.

—Márchate, ya hiciste suficiente.

Creyó que se estaba volviendo loco porque podría jurar que oyó la voz de Moon Minho, su papá. Pero eso debía ser imposible, la última vez que lo vio fue en casa de Sungguk junto al rosal destruido. El chico levantó la cabeza encontrándose con Minho, que se había arrodillado frente a él. Detrás suyo, la calle vacía, el automóvil de Taeyang ya no estaba.

Sus cosas tampoco.

Su labio tembló y sus dientes chocaron entre sí.

—Yo no quiero esto... papá, yo no quiero esto.

Minho lo ayudó a ponerse de pie y a subir por las escaleras, ingresando primero al edificio y luego al departamento prácticamente vacío. Daehyun se arrastró hacia el sofá y se volvió un ovillo, Minho lo siguió. Las rodillas de su padre tocaron el borde del sillón y se quedó observándolo con una expresión de pánico, para luego tomar asiento a su lado.

Un llanto atascado escapó del pecho de Dae y se cubrió la cabeza con los brazos. Y, de pronto, una mano tímida y vacilante arrastró los cabellos de su frente para apartarlos de su rostro. Se quedó tan desconcertado, que sus brazos bajaron hasta su pecho para mirar a Minho sin entender.

—No quiero seguir siendo un inútil, papá.

La caricia de Minho vaciló.

—No eres eso —susurró. Su voz se asemejaba mucho a la de Daehyun.

Se intentó limpiar las lágrimas, que no dejaban de caer.

—Lo soy... todos le dicen a Dae lo que debe hacer, porque soy un idiota que no sabe nada. Dae —su pecho tembló—, yo no entiendo a la gente.

—Dae.

—Soy un bobo —sollozó—, todos siempre me dicen que debo conocer el mundo para ser feliz. Pero yo... yo solo quería quedarme en Daegu... no me gusta este mundo... y yo... yo sigo sin entender lo que la gente me dice.

—Yo tampoco la entiendo —confesó Minho.

Su caricia reapareció y Dae cerró los párpados, sus mejillas todavía mojadas. Estaba cansado. Quería dormir. Quería apagar todos esos sentimientos.

—Nunca nadie me escucha —musitó—. Ni Sungguk lo hace.

—Sungguk lo hace, no digas eso.

Dae negó, su cabello se enredaba contra la tela del sofá.

—Él quería que viniera.

Los párpados de Dae pesaban y se sentían somnolientos ante la caricia tímida, un tanto torpe y nerviosa, de Minho. Su pecho continuaba temblando.

—Dae... yo... yo estuvo encerrado diecinueve años y sé cómo no se siente la felicidad. Y esto... se siente muy parecido a estar solo.

—¿Y entonces por qué viniste?

Volvió a cambiar de posición, su frente topó la pierna de Minho. Dae sintió que Minho se quedaba quieto, su mano vacilante en su cabello antes de limpiarle las lágrimas con el pulgar.

—Porque ¿y si ellos tenían razón? ¿Y si luego yo terminaba abandonando a Osito porque nunca supe lo que era vivir? —la voz de Dae se quebró—. Yo no quería que Jeonggyu descubriese lo que se siente ser abandonado y odiado por su papá.

Finalmente, Daehyun se alejó y volteó para quedarse observando el respaldo del sofá. A los segundos, sintió que el cojín se mecía y que Minho se alejaba. Desconectó el audífono. No quería escuchar la puerta cerrándose cuando Minho volviese a marcharse de su vida.

Porque todos lo abandonaban. Y ahora estaba solo.

Nuevamente encerrado, pero ya no en un ático.

Nuevamente encerrado, pero ya no en un ático

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Still with you/me (Novela)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora