Capítulo 4

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4: Concierto de gays

Al despertar, Richard ya se había ido a su casa y mamá estaba haciendo el desayuno pacíficamente. Hice una mueca antes de sentarme en la silla, mamá se giró de inmediato y se me quedó mirando.

—Estás castigada.

—¿Disculpa? —pregunté mirándola con escepticismo. Ella estaba muy seria, jamás la habían visto así.

—Que estás castigada. Una semana. Ayer te fuiste sin permiso y volviste tarde.

Se giró para continuar haciendo el almuerzo y bufé sonoramente antes de irme, pisando fuerte, a mi habitación para cerrar con un portazo.

No podía estar castigada, necesitaba ir al concierto con los chicos. Quizá, si conseguía dinero, no tendríamos que mudarnos con Richard y su hija.

Aún habían esperanzas, ¿no?

Me pasé todo el día en mi habitación mirando series, hasta que mi madre tocó la puerta para avisarme de que la cena estaba lista.

—No tengo hambre.

Seguí viendo mi serie hasta que cerró la puerta de golpe para agarrarme el mando de la mano y apagar la televisión.

—Ya está bien. No puedes continuar así, Celia. Sé que lo de mudarnos no lo has encajado bien, pero es lo que...

—Puedo conseguirnos dinero —exclamé, sentándome sobre la cama y pasándome las manos por la cara, desesperada.

—No es tu responsabilidad —se exasperó y se sentó a mi lado—. Soy tu madre, y yo lo he solucionado, ¿vale?

Hice una mueca y puse una mano sobre mi hombro. Sé que era difícil para ella hacerse cargo de mí sin papá.

—Todo irá bien, te lo prometo.

Y le sonreí, aunque lo dudara.

Más tarde, me escapé por la ventana para asistir al concierto. Al saltar desde mi habitación al jardín, tuve miedo de romper la guitarra, pero sobrevivió.

Tardé bastante en llegar al bar, pero cuando lo hice vi dentro a todos los populares del instituto. Algunos me miraron, pero los ignoré.

Yo no era exactamente conocida por haber hecho grandes actos, pero sí me conocían algunos e incluso me llevaba bien con ellos.

Al fondo del bar, vi a los chicos sentados en una mesa, esperándome. Iban todos vestidos de rosa y yo iba vestida con una mezcla de colores que no incluía el rosa.

Al acercarme, todos me miraron mal.

—¿La de seguir las instrucciones te la sabes? —inquirió Amy, con una sonrisa. Ese concierto tampoco era tan importante, pero se hubiera puesto furiosa de haber sido uno donde cantábamos delante de más personas.

El dueño del bar nos invitó a un bocadillo antes de que cantáramos cinco canciones. Aunque solo habíamos preparado una, hicimos las demás como pudimos.

Max tuvo que dejarme un pañuelo rosa que llevaba atado en el cuello para que me lo pusiera y así, no ir tan desacorde con ellos.

Tus espinasWhere stories live. Discover now