Capítulo 52

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52: Eres una idiota

Giré la cabeza lo justo para echar un vistazo a la hora en el reloj de la mesita. Suspiré, volviendo mi atención a la persona recostada en mi pecho. Rachel no parecía tener intenciones de despertar pronto. La noche anterior había sido intensa, así que supuse que esa era la razón. No había podido conciliar el sueño, y mis ojos lagrimeaban por la irritación.

¿Que qué había hecho en lugar de dormir? Observar a Rachel durante toda la noche.

Impulsivamente, casi sin poder controlarme, empecé a acariciar sus rizos con los dedos, intentando que los dedos no se me quedaran enredados en ellos. Escuché un suave quejido, deteniéndome instantáneamente, temiendo haberla molestado al tocar su cabello.

—Pero no pares —oí su queja. Su voz, ronca y áspera, resonó en la habitación. Solté una risa ahogada y continué con mi tarea.

Las persianas estaban cerradas, la penumbra dificultaba verla claramente, pero el simple contacto me bastaba.

—Tenemos clase en una hora —le recordé, notando la ronquera en mi propia voz. Negó con la cabeza, se acercó más a mí y soltó otro quejido.

—Hagamos pila —susurró, escondiendo su rostro en mi cuello. Detuve la caricia en su cabello para deslizar mis dedos por su mejilla. Aparté los rizos de su cara y fruncí los ojos, intentando enfocar su rostro. El maquillaje estaba arruinado; no se lo había quitado desde la noche anterior. Aun así, seguía pareciéndome preciosa.

—No podemos faltar —mascullé, demasiado concentrada en deslizar mis dedos por su piel como para preocuparme por algo más.

Ella bufó, y el aire que expulsó chocó directamente con la piel de mi cuello, enviando escalofríos por mi espalda.

—¿Qué hora es? —preguntó en voz baja, aún reacia a levantarse de la cama. Suspiré, antes de girar la cara de nuevo para mirar el reloj de la mesita de noche.

—Son las seis.

Rachel bufó, pero esta vez fue más largo y más cansado. Se alejó de mí lentamente y se arrastró hacia atrás por la cama, lo suficiente como para que ahora pudiera verle la cara entera. Entraba algo de luz a través de las láminas perforadas de las persianas.

—Buenos días —dijo entonces, con una pequeña sonrisa. Tenía la marca de la almohada en la mejilla derecha. Quise besar esa zona.

—¿Cómo has dormido?

Bostezó, tapándose la boca, y se restregó los ojos con la mano.

—Como un bebé. ¿Y tu?

—Igual —sonreí, tapando mi mentira, la cual pareció creerse.

Asintió y dirigió su mano hacia la mía. Pensé que quería tomarme la mano, pero solo las juntó para poder tocar el anillo de mi dedo índice. No debió darse cuenta de cómo la miraba, porque siguió jugando con mi anillo.

—Regálamelo —sonrió intentando quitármelo y me reí, poniéndole una mano en la frente para apartarla.

Escuché la carcajada que soltó y eso solo me hizo sonreír más. Le di un apretón a su mano y la atraje hacia a mí, para que volviera a pegar su mejilla en mi pecho.

Entrelacé mis dedos con los suyos y noté la calidez de su palma hacer contraste con la mia.

—¿Te imaginas nuestras manos cuando seamos viejas y estén arrugadas? —pregunté de repente, sin pensar mucho en lo que había dicho.

No dijo nada durante unos segundos, acarició el dorso de mi mano con el pulgar delicadamente. Pensé que quizá había dicho algo mal. ¿Le habría molestado?

Tus espinasWhere stories live. Discover now