Capítulo 21

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21: Iu, heteros

(escuchad la canción al final del capítulo para mejor experiencia 🌝 )

***

Fue raro ver a Rachel tan nerviosa. No pensaba que lo quisiera tanto. Pero, sin embargo, ahí estábamos: yendo hacia la comisaría para sacarlo, porque había sido un estúpido y se había metido con la gente equivocada.

—No pasa nada —le dije, intentando calmarla. Pero era demasiado mala consolando a la gente. Me gustaba intentarlo, claro, con abrazos o cosas que no requirieran palabras. Era demasiado mala hablando.

Se pasó la mano por la cara mientras con la otra conducía, parecía muy nerviosa.

—Lo conozco desde... toda mi vida.

Me pareció extraño que no dijera algo como: "lo quiero" o "es el amor de mi vida". Era como la típica respuesta de adolescente que sale con alguien feo y cuando le preguntas que por qué sale con esa persona te dice: "es que es gracioso".

Bueno, Oscar no era feo. Pero no era gracioso. Entonces, quizá solo salía con él por su físico.

—Hemos llegado —me dijo y detuve mis pensamientos. Miré por la ventanilla, estábamos aparcadas justo delante de la comisaría. Giré mi cabeza para ver a Rachel, parecía más tranquila, pero sus manos temblaban.

—Seguro que solo es un morado en el ojo —intenté consolarla y cuando me miró, me di cuenta de que me había creído por un segundo.

Pero Oscar tenía la cara reventada y manchada con sangre seca. Rachel se abalanzó hacia a él para abrazarlo y di un paso hacia atrás instintivamente, chocando con la pared.

Ella lo sacó de la celda y caminaron juntos hacia recepción, yo simplemente los seguía cruzada de brazos, sin saber qué más hacer.

Habló con la recepcionista y entonces Oscar me miró desde su sitio, el cual era el lado de su novia.

—Gracias por venir.

Me extrañó esa respuesta.

—No he venido por elección propia.

Él se extrañó por mi respuesta.

—Lo decía por Rachel...

No supe a qué se estaba refiriendo. Entonces recordé que Rick trabajaba en una comisaría, pero me resulto confuso porque en aquel momento él no estaba. No quise preguntar.

***
Solo había ido al psicólogo una vez, y lo había odiado. Odiaba todas esas preguntas y estar encerrada en un sitio durante tanto tiempo. También odiaba las miradas que mi psicólogo me daba.

Y ahí estaba. Sentada en un sofá de cuero falso delante de una psicóloga que olía a plástico nuevo.

Me miró. Simplemente me miró, no había emociones en sus ojos.

—Te llamas Celia Hernández —dijo y asentí, sin entender muy bien adónde quería llegar—. Yo soy Marisa. —Volví a asentir— Eres de Argentina, ¿no?

Dije que sí con la cabeza y sus ojos se posaron en mí fijamente, como si fuera un experimento.

—¿Echas de menos tu país?

Negué con la cabeza y luego asentí. No sabía qué responderle.

—Tenía seis años, creo, cuando llegué a Estados Unidos.

Tus espinasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora