Epílogo

883 62 82
                                    

Epílogo

Rachel

Un llanto incesante me despierta. El mismo llanto que llevo escuchando durante un año a todo momento. No sé cómo, pero aún así no me acabo de acostumbrar. Ni siquiera cuando me mira con sus ojos gigantes puedo creerme que esta cosa que tengo entre mis brazos haya salido de mí.

Con los ojos entrecerrados, le acaricio el rostro húmedo por las lágrimas y me quedo lo que parecen horas escuchándolo sollozar.

—¿Ya se ha despertado? —una voz suelta a mi lado y asiento suspirando. Tilly apoya su barbilla en mi hombro y rodea sus brazos alrededor de mi cintura.

Austin se calma casi al instante al verla, como si fuera una especie de medicina. Intento que no me moleste, aunque lo hace. No dejo que vaya con ella, sino que lo apego más a mi pecho.

—Ven a la cama —se queja ella y suspiro, alejándome con cuidado para no despertar a mi hijo.

—Sigue despierto —me quejo. Ahora está más calmado, pero sigue alerta y no quiero que vuelva a llorar como si le estuvieran matando.

—Pues que duerma con nosotras.

—La otra vez casi lo aplastas —la recrimino y rueda los ojos con una sonrisa. Sabe que es verdad, no podemos que duerma en nuestra misma cama, no aún al menos.

Me he imaginado un millón de escenarios en el que muere y en todos yo soy la culpable, no me lo perdonaría. Por eso prefiero tenerlo tumbado en la cuna.

—¿Quieres que me quede yo, entonces?

—No. Yo puedo aguantar, ve tú.

Tilly se queda unos segundos analizando mi cara, para saber si lo digo de verdad. Pero es enserio, yo puedo hacerme cargo de mi propio hijo y estuve agradecida cuando le conté que estaba embarazada y no le importó. Nosotras tampoco poseíamos haber tenido hijos propios, de todas formas. Pero yo puedo ocuparme, necesito ocuparme de él.

Hasta que no se va del cuarto, no me relajo. Por fin estoy a solas con mi hijo. Cuando lo miro, me pone cara de asco y bufo. Sé que está harto de verme cada vez que despierta, pero podría disimular un poco.

—¿Leemos algo? —le pregunto poniendo la voz un poco chillona. No demasiado, no quiero que Tilly se burle.

Claramente, no me responde, así que camino hasta la estantería para empezar a buscar un libro. Hay demasiados. Tilly se ha emocionado comprando. Y yo ni siquiera sé si la quiero durante tanto tiempo conmigo.

Cuando le conté lo de mi embarazo se lo tomó bien, no pensé que duraríamos tanto, pero lo hicimos y ahora parece que me he acostumbrado. Me gusta cuando por las mañanas nos lavamos los dientes juntas, me gusta que me robe mi ropa y me gustan sus masajes. Me gusta incluso su nombre. Y me gusta que sea mujer, más que nada. Durante mucho tiempo, desde pequeña, mi peor pesadilla era tener que casarme con un hombre y pensé que tendría que hacerlo.

Pero entonces conocí a Celia. No fue solo enamorarme de ella, sino conocerla. Me enseñó que el amor no tiene por qué ser forzado, como siempre lo había sido para mí, y, aunque no lo hizo queriendo, me enseñó que yo no amo a través de mi padre, o de otras personas. No tengo que amar a quien no quiera. Así que ya no lo he vuelto a hacer, aunque lo he intentado, aunque lo he querido.

—¿Qué libro elegimos?

Austin vuelve a ignorarme y ruedo los ojos, apañándomelas con una mano para buscar el cuento perfecto. Hay de todo tipo y todos parecen aburridos. Entonces, sin querer, le doy un golpe al mueble y caen tres de golpe. Miró inmediatamente a mi hijo, pensando en que estará asustada, pero, en cambio, se ríe. No puedo evitar sonreír al ver su pequeño gesto, como si unos libros cayendo al suelo fueran la cosa más divertida del mundo.

Tus espinasWhere stories live. Discover now