Capítulo 19

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19: Revelaciones y enfrentamientos

El sol brillaba con toda su fuerza, dándome directamente en la cara, molestándome con su luz.

Me recoloqué la gorra que llevaba puesta para que el sol dejara de perturbarme.

—¿Eso no es una jirafa? —inquirió papá, señalándola. Como yo estaba subida a sus hombros, pude ver exactamente a lo que se refería.

Di aplausos de la emoción y puse mis manos sobre su cabeza, como para que se diera prisa.

Se apresuró a la parte en donde estaban las jirafas. De todos los animales, aquellos eran mis favoritos. No podía parar de sonreír mientras nos acercábamos.

—¡Tienen la lengua azul! —exclamó una yo de ocho años, tan emocionada que apenas podía respirar.

Papá se rió y me dio una palmadita en la rodilla. Saludé a la jirafa y ésta dio la vuelta, sin querer mirarme. Me reí por su reacción y papá me acercó más a los animales.

—Imagínate tener el cuello tan largo —dijo papá y fruncí el ceño.

—¿Eso no es imposible?

Él se rió.

Y yo siempre me acordaré de su risa.

Después de saludar a la jirafa, continuamos nuestro recorrido por el zoo. Mis ojos se iluminaban con cada nueva especie que veía. A papá le encantaba contarme datos interesantes sobre cada especie que veíamos.

Mi parte favorita, además de las jirafas, fue la de los elefantes. Estaba sorprendida al ver a esos animales moverse con tanta gracia a pesar de su tamaño imponente. Un elefante levantó su trompa y la balanceó en el aire, saludándonos en su propio lenguaje. Solté una risa, totalmente divertida, y tiré de papá para que nos acercáramos más.

—Sabías que los elefantes tienen una memoria increíble —me dijo papá, señalando al elefante—. Pueden recordar lugares y caras durante años.

La idea de que ese elefante recordara mi rostro me emocionaba.

Estaba fascinada mirando al elefante, pensando en las mil historias que debía recordar.

Los datos sobre animales no se detenían, y nosotros tampoco. Cuando estaba demasiado cansada como para continuar caminando, papá me cargó en sus hombros de nuevo y me compró un caramelo.

Más tarde, nos hicimos una foto con la jirafa de antes, aunque quizá no fuera la misma porque las jirafas son todas iguales.

Todavía sigo guardando aquella foto en mi mesita, contemplándola cada noche, antes de irme a dormir.

Y preguntándome por qué no pudimos quedarnos así para siempre.

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No había procesado la noticia aún. Estaba en mi cuarto, viendo aquella foto de papá y yo que reposaba en mi mesa de noche.

No podía creerme que mamá renunciara tan pronto a él. O que lo olvidara. Yo no lo podía olvidar. Y me preguntaba por qué ella sí. Y, si aún no lo había hecho, ¿cómo hacía para ocultarlo?

Tus espinasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora